¿Es posible establecer algunas implicancias entre la nueva Constitución y la salud mental? La noción de salud mental es controversial por su orientación hacia dinámicas adaptativas y normalizantes, o incluso al servicio de intereses comerciales, dado el puje de la industria farmacéutica. Pero no obstante, su denominación se ha ido instalando en el debate público, por lo que parece más pertinente, en vez de rechazarla a priori, estar atento a sus significaciones e implicancias, pudiendo ser un punto de partida en cuanto releva la dimensión de bienestar asociada a dinámicas sociales y psíquicas.
La nueva Constitución estipula en su artículo 44, números 1 y 11 respectivamente, que "toda persona tiene derecho a la salud y bienestar integral, incluyendo sus dimensiones físicas y mental", y que será responsabilidad del Estado generar "políticas y programas de salud mental destinados a la atención y prevención con enfoque comunitario y aumentará progresivamente su financiamiento", lo que constituye un sustancial avance para su acceso, preocupación temprana y promoción.
Pero lo sustancial, aquello que constituye una modificación esencial, es el reconocimiento explícito a un padecimiento que, siendo siempre singular, es común a muchos y muchas, constituyendo un punto de apoyo frente a los estigmas, discriminaciones y auto desvalorizaciones. Si se lee con atención la propuesta de nueva Constitución contiene, al igual que con la salud mental, la reivindicación de aquello que ha estado olvidado o suprimido permanentemente.
Si pensamos que aparecen en sus hojas, las mujeres, pueblos originarios, las regiones, entre otros; nos damos cuenta de que estos reconocimientos instituyen una nueva manera de entender el lazo social entre quienes comparten una comunidad histórica y territorial.
Así se deben leer también los derechos sociales, como una reivindicación de que la falta de acceso a condiciones de dignidad mínima de existencia no es solo un asunto de carencia personal de esfuerzos o méritos, sino de un déficit social de ciudadanía.
Las personas se constituyen como parte de una trama social, condicionado en relación al lenguaje y un cierto discurso, que siempre va tener como referencia un campo simbólico. Nuestra subjetividad, por lo tanto, no depende únicamente de factores intrapsíquicos y nuestro desvalimiento no es tampoco solo material, sino de una íntima relación entre ambos.
Así entonces, la comunidad es el lugar y resultado de la lucha por el reconocimiento y la lucha por el reconocimiento de si, es también a veces una lucha por la comunidad. Y por el tanto, el reconocimiento no es solo un acto declarativo sino performativo. ¿No son acaso las redes sociales, un esfuerzo compulsivo de obtener artificialmente ese reconocimiento?
También lo vivimos en el intento inicial del proceso constituyente, en la necesidad de que todo lo suprimido quedará en la carta constitucional. Con razón para Honneth, el filósofo y sociólogo alemán, las luchas por el reconocimiento tienen actualmente mayor preponderancia incluso que las luchas para la redistribución económica.
La exclusión va de la mano de la invisibilidad y el rechazo al reconocimiento del otro como un igual en su diferencia, es la condición presente en el sufrimiento emocional. Por eso a veces el silencio resulta más devastador que la rabia. Y lo propio de lo traumático es aquello que permanece en el mutismo de modo innombrable.
Un triste ejemplo es el que afecta a los jóvenes indígenas menores de 20 años, que concentran el 25,5% de los suicidios en población indígena. El suicidio es causa de 2 de cada 10 muertes en jóvenes indígenas de 10-24 años, segmento donde constituye primera causa de muerte. Cifras muy superiores al promedio en la población no indígena. (Informe Salud Mental, Minsal 2017)
Finalmente la carta constitucional propuesta otorga esa carta de ciudadanía en un proceso complejo de temores atávicos. Algunos detractores han expresado una motivación de "revancha" pero eso supone, más bien, si consideramos que las palabras no son elegidas por puro azar, una culpa persecutoria de algún daño causado como el origen de ese desquite.
Es ese reconocimiento, de aquellos y aquellas que nuestra historia particular ha invisibilizado por medio de diversas estrategias ideológicas, lo que podrá reconstruir un nosotros con menos exclusiones y los padecimientos que deriva.
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