Desde el retorno a la democracia el enfoque que ha dominado la discusión acerca de la seguridad, es el de Seguridad Ciudadana, que fue creado por algunos ideólogos del neoliberalismo, como una extensión de la Doctrina de Seguridad Nacional en tiempos de Democracia.
Este enfoque proviene desde la política planteada por el Consenso de Washington y es una herramienta surgida desde EE.UU, que busca imponer por la fuerza las reformas estructurales propuestas por la Escuela de Chicago y aplicadas en Chile y en otras partes del mundo por dictaduras o gobiernos de transiciones pactadas, con el objeto de asegurar el mercado para los productos norteamericanos e impedir el surgimiento de cualquier fuerza social o política que pretenda alterar el modelo de Globalización Neoliberal aún vigente.
Para ello, crea la existencia de un «enemigo interno», el que debe ser extirpado de la sociedad con el objeto de dar estabilidad y seguridad a los procesos de concentración y acumulación de riqueza protagonizados por los partidarios del modelo. Hoy en Chile ese enemigo es el extranjero.
Desde algunos medios de comunicación se ha ido generando un círculo de producción de miedo y temor, primero se muestra el auge de la delincuencia, de manera profusa y detallada, luego las empresas de estudios de opinión hacen encuestas en donde se instala como preocupación número uno la delincuencia y los mismos medios vuelven a comunicar, para terminar el proceso, que en los estudios realizados, la principal preocupación de la ciudadanía es la delincuencia.
Se instala Urbi et Orbi la inquietud y el temor a todo lo desconocido, a lo diferente, a lo que se mueva y al igual que en tiempos de la dictadura, se nos invita a desconfiar de todo: del vecino y vecina, de aquel que camina en la calle, de los jóvenes que buscan esparcimiento en las plazas de los barrios, de los extranjeros y de cualquier otra persona que no sea de nuestro círculo más cercano.
De esta manera, se instala el temor como elemento unificador de la experiencia urbana, transformándolo en uno de los elementos principales del sistema de dominación y afectando seriamente las interacciones sociales y el desarrollo de la sociedad y muy especialmente la de los barrios vulnerables. Paralelamente, se monta un lucrativo negocio de la seguridad con Alarmas, Cámaras y Empresas de Seguridad Privadas que mueven millones de dólares al año y que generan seguridad para quien pueda pagar y temor para el que lo ve y no puede acceder.
La desconfianza y el abandono del espacio público deviene en la destrucción de la comunidad, de sus redes y en la instalación en su lugar del individualismo más exacerbado: Es el resultado buscado por los creadores de este enfoque, el que nos invita a encerrarnos en nuestras casas, a elevar los muros de las casas, a cuidar las pertenencias y nuestras vidas con cercos eléctricos y todo tipo de dispositivos, de manera de evitar ser vistos, invadidos, evitar todo contacto con lo desconocido.
La receta de este enfoque es sólo una, y con esto no estoy diciendo que no se deba hacer, pero siempre llegamos a la misma conclusión: Más policías, más cámaras, luego los Drones y más control y por supuesto, más desconfianza. En otra esfera, mayor poder de fuego y atribuciones a las policías, vulneración de la libertad de movimiento, discriminación por vestimenta y por tipos de corte de pelos; estigmatización de las capas populares, penas más altas para los delitos de los pobres, rebaja de la edad de responsabilidad penal, supresión de garantías y derechos sociales y por supuesto, dejar todo delito de cuello sin responsables ni penas efectivas. Todo para instalar la rabia y a su lado... el tan anhelado Orden Social y de paso inhibir cualquier ansia de transformación, porque, inevitablemente, siempre trae incertidumbre y con ello el temor.
Lo anterior lleva, inevitablemente, a vaciar el espacio público y a ceder el mismo a los individuos y grupos que actúan al margen de la ley, en absoluta impunidad, precisamente gracias a la desaparición proyectada de la comunidad.
Desde esta perspectiva, el enfoque de seguridad ciudadana ha terminado actuando como una fuerza centrífuga, alejándonos los unos de los otros, hasta destruir los lazos que antes nos hacían, solidariamente responsables de todo lo que pasaba dentro de la comunidad. A pesar de llevar décadas incrementado el gasto en este enfoque, las cifras de delincuencia han seguido subiendo y a cada incremento de poder de fuego de las Fuerzas de Orden y Seguridad, le sigue siempre un incremento mayor del poder de fuego e infiltración en las estructuras estatales del crimen organizado.
Todo lo anterior hace necesario, entonces, intentar caminos alternativos que busquen revertir este proceso con un enfoque que actúe como fuerza centrípeta sobre los individuos, de manera de acercarlos entre ellos hasta que cada vez más miembros de la sociedad puedan resolver algunas de sus carencias, en el seno de su propia comunidad, de manera tal que la corresponsabilidad genere cohesión social y dificulte mediante el control social informal el comportamiento fuera de norma o la actividad delictual.
Uno de los pocos enfoques alternativos que existen para ello es el de Seguridad Humana, que encuentra su origen en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a través de su Informe sobre el Desarrollo humano de 1994 en el que se introduce el argumento de que la mejor forma de luchar contra la inseguridad global es garantizar las libertades o ausencias de necesidad y miedo.
La seguridad humana requiere la protección sistemática, integral y preventiva. Los Estados son los principales responsables de proveer este tipo de protección, pero también otros actores, como los organismos internacionales, la sociedad civil y las ONG pueden y deben desempeñar un papel importante. La Seguridad Humana debe estar centrada en las personas, debe ser multisectorial, integral, debe contextualizarse y debe ser preventiva.
En Recoleta hemos ido dando pasos en esa dirección apropiándonos de cuestiones como la seguridad económica, que implica entregar herramientas para emprendimientos locales; hemos desarrollado los huertos comunitarios, en la perspectiva de la seguridad alimentaria; hemos creado la farmacia y la óptica popular, con acceso a remedios y lentes a bajo costo, junto con el desarrollo de la atención de salud en los barrios; hemos avanzando en la seguridad ambiental, con el programa basura cero, programas de reciclaje, lumbricultura y otros; hemos avanzando en seguridad personal, con la ordenanza contra el acoso callejero, la detección temprana de la deserción escolar o el centro de día que permite acoger a las personas mayores en situación de abandono.
En Recoleta estamos avanzando en materia de seguridad humana y tratando de construir barrios con una ciudadanía que ocupe los espacios públicos y establezca lazos de confianza y de expresión para la formación de varias y variadas colectividades, considerándolos a todos y todas en el diseño de las políticas de las que ellos mismos serán los beneficiarios y beneficiaras, o más bien, diseñando nuestras políticas desde la vida de las personas, pero con ellas.
Hemos logrado así que la comunidad, destruida con el enfoque de seguridad Ciudadana, renazca y vuelva a reencontrarse, a conocerse, a quererse y a cuidarse y retome la senda de la convivencia y de la recuperación de la confianza y de los espacios públicos, como única forma de establecer un control social informal sobre sí misma, sobre sus barrios y espacios públicos, de manera tal, que quienes actúen al margen de la ley, ni siquiera puedan circular tan libremente por sus calles, como lo hacen hoy en día.
Si el Estado es capaz de asumir que los Gobiernos Locales y las Organizaciones Sociales, tanto territoriales como funcionales, pueden ser socios estratégicos para abordar el tema de lo que suele llamarse Seguridad Ciudadana, habremos dado un paso gigantesco.
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