Señores embajadores

Recordé al embajador de Estados Unidos en los finales del gobierno de Frei Montalva y de Allende. Sus intervenciones en la política chilena eran sobre la base de “inocentes opiniones” que poco a poco condujeron hacia las posiciones golpistas que el Senado de su país investigó y denunció. Debía ser así porque representaba a Nixon, uno de los más reaccionarios y desagradables presidentes de la gran nación del norte.

Pero ahora el señor Hammer, embajador del hombre de Harvard, se permite opinar de la política interna chilena, reclamando para sus coterráneos “estabilidad económica y política”.

Parecía nervioso el señor embajador por la reforma tributaria, temeroso por la reforma política y probablemente inquieto por una anunciada reforma educacional que podría poner en jaque las inversiones en el rubro de empresas estadounidenses.

No sabe el señor embajador que su papel es ser emisario de Obama y su gobierno ante el gobierno chileno y si quiere dar su opinión sobre los asuntos que preocupan a su representado debe hacerlo por los canales apropiados.

Pero él quiere hacerse parte de una discusión política en la que la derecha está quebrando lanzas para defender intereses más que principios. Y es lo mismo que el señor embajador hace: defender intereses presionando políticamente ante la opinión pública, evidenciando una alianza que todos sabemos pero esperábamos se mantuviera en una cierta reserva propia de la decencia y la mesura de la diplomacia.

Los dichos del señor embajador incluyen una amenaza a la democracia chilena ante la que hay que estar atentos. Si un presidente que ha posado de ser menos reaccionario que su antecesor inmediato tiene este embajador, imaginemos lo que pasará si acaso los republicanos regresan a la Casa Blanca.

Bachelet respondió diciendo que Chile es un país serio. E imagino que privadamente el señor canciller habrá manifestado su molestia o habrá mandado una nota diplomática.

Pero en esto de embajadores la cosa ha seguido, porque mi amigo Juan Gabriel Valdés, designado ante el gobierno de Obama, ha hecho una declaración peor. Me duele referirme a él, pero quizás por el propio cariño que le tengo debo decir en estas líneas que su misión no es explicarle a Obama las razones de las políticas que sigue el gobierno de Chile, sino representar ante Estados Unidos los asuntos de Chile y buscar las alianzas y desarrollar conversaciones que ayuden a los chilenos, sin necesidad de justificarse ni pedir vistos buenos.

Cuando leemos las declaraciones de Valdés que publica El Mercurio, resulta evidente que no fue sacado de contexto, pero el titular destaca lo peor de la entrevista, ya que en otros tópicos lo hizo bien.

El embajador Hammer y El Mercurio aparecen en una alianza que rememora las maniobras de 1973, los acontecimientos de 1947 (Ley maldita) y de 1943 (Declaración de guerra al Eje y fijación del precio del cobre), episodios que más valdría no repetir.

Los embajadores deben tener más cuidado y es de esperar que el representante de la Gran nación del Norte, como les gusta ser llamados, guarde la compostura y no se meta en caminos enredados que sólo radicalizan la política.

La dignidad de este país pequeño, situado al sur del mundo, no puede ser avasallada por un señor embajador que recuerda actitudes matonescas que han llevado a muchos lugares del mundo la tragedia y el dolor.

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