Sin lugar para los tibios

Cuando Ricardo Lagos Escobar puso su firma en la Constitución Política de 1980 cristalizó la voluntad de todo un sector político: las reformas para las cuales estaban disponibles serían las posibles, no las necesarias. Su nombre también quedó esculpido en un Centro Cultural en los viejos sótanos de La Moneda.

En una especie de mausoleo faraónico las expresiones culturales podían suscribirse cuidando no interrumpir las calles, el orden perfecto que gusta tanto a quienes mandan en Chile.

Si la cultura o la ciudadanía necesitan manifestarse al aire libre entonces habrá de hacerlo con permisos llenos de timbres y estampillas, idealmente esponsoreados y atentamente vigilados.

Ya vendrían cámaras y drones, los ojos del gran hermano atentos a que nadie se salga de su libreto previamente autorizado. Una puesta en escena sin cabida alguna para lo espontáneo, incluso cuando los ciudadanos deseamos expresarnos ante el asesinato de un joven mapuche.

No se me ocurre razón más poderosa que la violación de los Derechos Humanos por parte de agentes del Estado para que la sociedad salga a la calle a exigir justicia pero no, allí nos esperan los mismos que en dictadura nos apaleaban. 

Quise empezar este texto recordando a Lagos porque resulta fácil enrostrarle a un gobierno de derecha la violencia desatada con la que despliegan la policía militar en territorio mapuche o la represión en las ciudades cuando dijimos basta ante este nuevo homicidio.

No tengo duda de la responsabilidad política del Gobierno de Piñera y deben responder con sus cargos tanto civiles como uniformados. Pero recordemos todo lo sucedido desde 1990. Las administraciones anteriores tienen mucho para explicar ya que las Fuerzas Armadas y de Orden parecen fuera de la tutela del poder político. 

Como denunciante de abusos ocurridos al interior de un colegio católico se me ha enrostrado varias veces que mi testimonio ataca a la Congregación de los Hermanos Maristas y daña a la Iglesia.

Para mis críticos ¿importa más el prestigio institucional que liberar a dichas casas que tanto aman del horror de ser habitadas por delincuentes?

Digo esto porque veo lo mismo cuando se denuncian tramas de corrupción en el Ejército, comandos asesinos en Carabineros, decanos universitarios abusadores. Basta del “respeto a las instituciones”, así sólo validan delincuentes. No hay más lugar para pedirnos “cuidar la democracia”, descaro de quienes se han ocupado de horadarla en su total beneficio. 

En estos días empezará la Teletón. Ante la ausencia del Estado en políticas de salud se institucionalizó por décadas la beneficencia como "solución" a la rehabilitación.

La transferencia de recursos económicos del Estado mediante la exención impositiva no libera al mismo de financiar la cuestión y de paso paga un circo de marketing, negocio para empresas y rostros mediáticos.

Otra vez el mismo problema, si critico esto voy contra quienes necesitan de la rehabilitación ¡cuando es justo lo contrario!

Ojala pudiéramos abstraernos del concierto publicitario y analizáramos qué financiamos realmente cuando creemos sostener dichos institutos. 

No hay más lugar para ser tibios. Perdamos el miedo a patear la mesa, a reclamar la devolución de la calle, el escrutinio público completo de quienes manejan el poder y dar esta lucha sin prurito alguno, así se resquebrajen los muros de palacio.

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