Se acaba de viralizar un video registrado en una sala de clases del Liceo de Limache, donde un profesor le grita a una estudiante tras una acalorada discusión sobre la figura de Augusto Pinochet. Más allá del contenido político que originó el conflicto, lo que quedó en evidencia fue algo más profundo: la fragilidad del espacio educativo como lugar seguro para expresar opiniones y aprender a convivir con la diferencia. Y, especialmente, el alto costo emocional que implica cuando la gestión del aula se convierte en una carga que desborda incluso a los propios docentes.
El aula debe ser un espacio que potencie la diversidad en todas sus formas: de pensamiento, cultura, creencias y origen. Como bien señala José Antonio Marina, pedagogo español, "todas las personas merecen respeto, pero no todas las opiniones son respetables sin un filtro crítico". Por eso, educar no es imponer visiones políticas, religiosas o ideológicas, sino formar ciudadanos capaces de pensar por sí mismos. Cuando se influye desde la autoridad docente sin espacio para el disenso, se corre el riesgo de generar polarización. Lo que necesitamos es promover el pensamiento crítico y el respeto por la pluralidad, sin imponer, sino acompañando la construcción libre y consciente de cada estudiante.
El aula, idealmente, debería ser un lugar donde los estudiantes puedan explorar ideas, cuestionarlas y debatirlas con respeto. Pero también debe ser un espacio donde los adultos responsables especialmente los profesores sean capaces de modelar contención emocional, incluso cuando las tensiones suben. Nadie dice que sea fácil. Enseñar no es solo transmitir conocimientos; es también sostener emocionalmente a grupos de adolescentes con distintas historias, heridas y opiniones. Pero, ¿quién sostiene al que sostiene?
Lo que vimos en ese video no es solo un "mal momento" de un profesor. Es también el reflejo de una comunidad educativa estresada, en muchos casos abandonada por un sistema que no prioriza la salud mental, ni en docentes ni en estudiantes. Los profesores no cuentan con acompañamiento psicológico real para enfrentar conflictos. Los estudiantes, por su parte, son cada vez más conscientes y opinantes, pero muchas veces no encuentran adultos emocionalmente disponibles para contenerlos.
Entonces, ¿qué hacemos cuando los espacios educativos se transforman en lugares de tensión, miedo o violencia verbal? La respuesta no puede ser solo punitiva o mediática. Separar al docente de sus funciones puede ser necesario para proteger a los estudiantes, pero también es urgente mirar lo que hay detrás: ¿qué carga lleva ese profesor? ¿Qué herramientas tiene para manejar el conflicto? ¿Cuántos más están al borde del colapso?
La salud mental no es un "tema adicional" en educación. Es la base. Sin ella, no hay aprendizaje posible. No hay escucha, no hay respeto, no hay vínculo. Necesitamos formar a nuestros docentes no solo en contenidos, sino también en autocuidado, manejo emocional y resolución pacífica de conflictos. Y debemos crear espacios donde tanto ellos como los estudiantes se sientan seguros para hablar, disentir y, sobre todo, para ser humanos.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado