Mucho se ha dicho sobre el envejecimiento de la población, la baja natalidad o la llamada "economía plateada". Pero más allá de las etiquetas, lo que estamos comenzando a experimentar en Chile -y en buena parte del mundo- es una reconfiguración profunda, simultánea y silenciosa: una transformación demográfica y tecnológica sin precedentes, cuyas consecuencias apenas empezamos a comprender.
En Chile, la tasa de natalidad ha caído a 1,03 hijos por mujer, muy por debajo de la tasa de reemplazo poblacional (2,1). Hoy, el 15% de la población supera los 65 años, y se proyecta que en 2050 esa cifra alcance el 32%. Estos números no son solo un dato estadístico, sino el prólogo de una transformación estructural que afectará la manera en que nos educamos, trabajamos, producimos, consumimos y convivimos.
¿En la práctica qué significa? Que hacia 2050 muchas de nuestras salas cuna estarán vacías; que las escuelas y liceos enfrentarán una sobreoferta estructural, mientras el sistema de salud y las residencias de cuidado de personas mayores estarán profundamente tensionados. Nuestros barrios, servicios públicos y políticas de vivienda deberán adaptarse a una nueva realidad: la de un país con menos jóvenes, más personas mayores y una presión creciente por modelos de atención y participación social que hoy no existen.
Pero el fenómeno no ocurre en un vacío. Coincide con otro proceso igualmente transformador: la irrupción de la inteligencia artificial, la automatización y la digitalización constante. Si bien la IA promete eficiencia, personalización y productividad, también plantea interrogantes éticas y laborales cruciales. ¿Cómo se reconfigura una economía con menos trabajadores jóvenes y más automatización? ¿Cómo garantizamos el aprendizaje a lo largo de la vida en una sociedad envejecida?
Urge repensar la educación como un proceso continuo, flexible e intergeneracional, donde aprender no sea una etapa de la vida, sino una condición permanente. La formación continua, la reconversión productiva y el acceso equitativo a la tecnología serán claves para un país con cohesión social y productividad sostenibles.
Entre muchos factores y escenarios, existen dos pilares cruciales para nuestro futuro: apostar por la innovación educativa, la inteligencia colectiva y el rediseño institucional. Y también derribar mitos sobre el envejecimiento. Las personas mayores no son una carga, sino una fuente invaluable de experiencia, conocimiento y resiliencia. Una deuda en políticas públicas para ese grupo es crear entornos donde puedan seguir aportando, aprendiendo y participando activamente en la vida económica, cultural y social del país.
La gran reconfiguración ya está en marcha. No se trata solo de un cambio demográfico ni de una revolución tecnológica: es una transformación civilizatoria que nos tomará al menos dos décadas. Si queremos que nos encuentre preparados, debemos actuar hoy. Porque en el Chile del futuro muchos de nosotros seremos personas mayores, y lo que construyamos ahora definirá no solo nuestras vidas, sino también las del país que queremos para las actuales y futuras generaciones.
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