¡Son tiempos de disputa!

Vivimos los días más complejos desde que la pandemia del COVID19 llegó a nuestro país y el sistema hospitalario de atención padece la dura realidad de no dar abasto en la entrega del servicio. Los manuales de ética dejaron de ser normativos y se volcaron a la práctica, el “dejar morir” y el “hacer vivir” están sobre la mesa. Los días más difíciles están por venir. En este contexto, ¡enhorabuena! la instalación de debates políticos necesarios para ir perfilando los tiempos futuros.

La coyuntura crítica que atravesamos nos invita, desde luego, a colaborar unos con otros para cuidarnos, pero también, nos exhorta a identificar oportunidades de cambio y transformación de lo que algún día conocimos como “normal”, en todo orden de cosas.

Desde lo micro, que está ligado a lo cotidiano, hasta lo macro, referido a nuestra visión de país. De este modo, si bien el “sentido de urgencia” está puesto en la administración y superación de la crisis del coronavirus, sumada a sus externalidades económicas y sociales, la misma urgencia no tiene que perder de vista el horizonte en donde le podamos ofrecer a los chilenos y chilenas un proyecto transformador, de inspiración comunitaria, progresista y, por sobretodo, luego de la agenda del 18 de octubre, popular.

No son tiempos donde la política tenga que replegarse de manera servil, sino todo lo contrario, es en momentos de crisis donde la política tiene que ser protagonista en su despliegue más performativo; donde la política ofrezca soluciones, porque de ella depende el bienestar de la población.

La gestión de la pandemia por parte del gobierno tributa de manera incesante la ideología. Así, el oficialismo no claudica en la defensa del “viejo régimen” y lo han hecho carne sin ambages en cada una de las vocerías. Las lógicas neoliberales, donde el mercado prepondera en las soluciones políticas y el Estado está relegado a lógicas de “rescate” o de “soporte”, pero no robustecido como “garante de”, siguen siendo custodiadas por el ejecutivo.

En un escenario, en donde la “tradición” está en cuestión, la oposición tiene un desafío modernizador de cara a la población, a saber, disputar cada espacio de poder a partir de la elaboración de un proyecto convergente que canalice el sentir ciudadano.

No solo es un desafío modernizador porque impugna lo tradicional, sino también porque viene a sellar, desde las ideas, una transición que quedó inconclusa con la existencia de ciertos enclaves autoritarios. En esta línea, esta convergencia debe plantear soluciones a cuestiones que son urgentes y estructurales, no tan solo en materia de políticas, sino también en lógica de resignificar lo político.

Una nueva Constitución; un nuevo modelo de pensiones; un modelo de desarrollo sustentable y la discusión de nuevos debates que apuntan al bien común como, por ejemplo, la instauración de un salario máximo que tenga relación con no obtener más de “x” veces el salario mínimo en el mercado laboral, son parte de la matriz de política pública. No obstante, igual de importante, es revalorar lo político, generando una doble hermenéutica del concepto.

De este modo, la instalación de un trato justo, igualitario y no discriminatorio; el respeto y cuidado irrestricto de los derechos humanos; el avance concreto hacia el reconocimiento igualitario de género, además de la defensa de la política como vía de soluciones para un mejor vivir, son parte de la dimensión de subjetivación.

Estamos de acuerdo, nadie quiere que el gobierno fracase en el tratamiento de la pandemia. No obstante, no son tiempos de comparsa ni consenso, ¡son tiempos de disputa!

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