Si un colectivo tiene la oportunidad de votar unido y con ello puede decidir el resultado de las elecciones, y no aprovecha esa ocasión, no cabe duda de que ese colectivo está políticamente enfermo. Malcom X , líder activista de los Derechos de los Afroamericanos.
A semanas de las próximas elecciones presidenciales los intentos por agudizar y reducir los puntos de vista de la realidad a blanco y negro aumentan y la segunda vuelta desvela a las y los contendores.
Unos para intentar una victoria que no se opaque con nada, otros por asegurar que exista la segunda vuelta haciendo llamados a incrementar la base votante a fin de corregir lo que todos sabíamos, esto es que la Ley de voto voluntario condenaba a las fuerzas progresistas a “hacer más y mejor trabajo” dado que son los sectores populares los que se restan de votar en ese modelo.
Los ubicados en posiciones intermedias en los sondeos, hacen cálculos de cómo negociar su fuerza electoral y hacer pactos de última hora que lo dejen en posiciones expectantes para el futuro.
Los menos conocidos y outsider aprovechan la contienda para desplegar su puesta en escena y llegar discursivamente donde de otro modo sería imposible, intentando ampliar su base política y sacando cuentas para no quedar sobre endeudados en el proceso.
En las ciudades, se ve poco de propaganda en los lugares públicos y la franja electoral alcanza records de invisibilidad desde el 2013 promediando entre todos los canales 32 puntos el primer día de emisión.
El electorado potencial, por su parte, entre feriado y feriado celebra, salen de la capital o siguen sus ritmos de vidas cotidianos. Entre asado, reunión u otra actividad surge la pregunta sobre si se va a concurrir a votar o cuáles son las preferencias. Allí prima la indiferencia y son pocos los que defienden posiciones con pasión, como en antaño.
De seguro muchos piensan como el cineasta español Pedro Almodovar cuando reflexionaba, “de golpe se acercan unas elecciones y no sabes a quién votar. Sé lo que no quiero votar, pero lo que quiero votar no lo veo. Eso produce una impotencia enorme y los políticos deberían darse por aludidos”.
Sin embargo, el círculo de la institucionalidad política continúa y ahí tenemos 8 candidatos a la presidencia entrando en la recta final y cientos de aspirantes para los otros cargos que se eligen, en un nuevo redistritaje.
En esta escena, el debate sobre ideas y programas claramente se vuelve secundario, casi de iniciados y cuadros políticos en extinción. Lo que por cierto es lamentable. Mal que mal aunque los cuatro años que dura un periodo presidencial es bastante poco para hacer la revolución o afianzar políticas de Estado, es lo suficiente para desmantelar buenas obras o instalar malas ideas.
Por lo mismo, hicimos el esfuerzo por conocer los lineamientos, proyectos y medidas que plantean frente al tema laboral. No ha sido simple la tarea. La tardanza en la presentación de programas ha contribuido a ello, así como la falta de centralidad del tema, al ser este, el engranaje principal del modelo productivista y por tanto intocable para los intereses de los poderosos, amén de la ausencia de influencia y desvalorización de sus principales referentes como para hacerlo presente.
Es esa es la primera conclusión que emana de la lectura de los programas de los candidatos. Trabajadoras y trabajadores, en esta elección lejos está de jugarse cambios estructurales que pudieren afectar positivamente del mundo del trabajo, al contrario. Hay declaraciones rimbombantes sobre trabajo decente, creación de trabajo de calidad, protección social, empleos con derechos, trabajo para la calidad de vida, pero son marcos que no se correlacionan con propuestas, mucho más pobres, acotadas y hasta en oportunidades antagónicas a tales declaraciones.
Si hay que decir, que los dos exponentes de la derecha, Piñera y Kast, no mienten en este aspecto, pues todas sus iniciativas parten y terminan en una concepción primaria del trabajo humano únicamente como engranaje de crecimiento económico y productividad.
De los nuevos escenarios del mundo del trabajo, la robotización, el fin del trabajo y otros temas que germinales o que llegarán en el mediano plazo, poco o nada. En lo general son programas que se mueven en la inmediatez y poco hablan de adelantarnos al futuro a pesar de que muchos chilenos hoy mismo ingresan a los supermercados y ven ya el reemplazo de cajeros, vendedores de mesón que los atendían hasta ayer.
Se reiteran muchas iniciativas que vienen de hace más de una década y por lo mismo cabe cuestionar su prioridad o la voluntad política real de implementarlas, tales como estatutos especiales para trabajadores temporeros, ley de teletrabajo o reformas al sistema de capacitación.
Hay propuestas con letra chica como la de Sebastián Piñera de extender las vacaciones progresivamente contra la reducción de días feriados obviando que para miles de trabajadores los pagos de días feriados incluyen bonos diversos en el salario efectivo a diferencia de los pagos de vacaciones que no los consideran.
Con todos esos bemoles nos dimos a la tarea, desde nuestra óptica, de ver cuáles son los principales aciertos y riesgos que se advierten en los documentos presentados.
De iniciativas interesantes resaltan las menciones que avanzan hacia la negociación colectiva por rama (o multinivel), la limitación al régimen de subcontratación, la mención a incrementar salario mínimo asociado a pobreza relativa, y la regulación del empleo público ofreciendo carrera basada en meritocracia, derecho a negociación colectiva y huelga efectiva.
En materias de equidad se plantean cambios en el art. 203 del Código del Trabajo respecto del derecho a sala cuna, planteada con variantes por que van de la universalidad del derecho de todos los y las trabajadoras con hijos menores de dos años, hasta la ampliación del derecho pero, manteniendo la estructura discriminatoria. De igual modo hay menciones a hacer más eficaz la ley de igualdad salarial y la de inclusión, aunque sin precisar las medidas particulares para lograrlo.
De las preocupaciones, una y central. La expresa aspiración hacia una legislación que flexibilice aún más el empleo, ofreciendo con toda claridad “modernizar la legislación en materia de jornada laboral”. Lo plantea Sebastián Piñera, secundada por la reposición de J.A Kast de la “flexiseguridad”, concepto de organización del empleo desarrollada en Dinamarca, convertida acá en un engendro.
Al respecto, téngase en cuenta que este modelo, en teoría, buscaba conciliar protección social de los trabajadores con un mercado laboral flexible para adaptarse a distintos escenarios, en países de la Unión Europea y fue muy aplaudido a fines de la década pasada, incluso por los sindicatos.
Sin embargo, ya el 2013 la Confederación Europea de Sindicatos advertía el uso mañoso del término «para justificar la erosión de los derechos de seguridad laboral, sin que al mismo tiempo se refuerce la protección social y la negociación colectiva, elementos igualmente cruciales en la ecuación de la flexiseguridad»
El problema advertido en las propuestas programáticas resulta mayor, si consideramos las buenas intenciones de otros candidatos y candidatas al proponer casi transversalmente reducir la jornada laboral bajo la popular bandera de conciliar la vida laboral y familiar y/o estimular el empleo pero, que en la práctica produciría como efecto la entrada equivoca en el debate de flexibilidad, pactos de adaptabilidad individual , cuyo resultado material podemos advertir desde ya, que serían disminución salarial y menor influencia de los sindicatos.
La reducción de la jornada también estimularía, sin duda, las dobles jornada laborales, recordándonos a los llamados “profesores-taxi”. Recuerde el proverbio popular que señala que el infierno está plagado de buenas intenciones. No somos daneses, no tenemos las bases de confianzas entre los actores sociales que se requieren para implementar este tipo de iniciativas.
En Chile, las intenciones en tema laborales no bastan. Baste observar tanto la gestación de la reciente Reforma laboral, como sus primeros resultados en materia de ejercicio del derecho a Huelga.
Se ha establecido como verdad que el mercado de trabajo chileno es rígido, lo que estimula la aparición de iniciativas como la antes mencionadas, pero hay que ser claros. Esto está lejos de ser efectivo.
Baste observar el incremento en empleos temporales (contratos a plazo fijo, obra o faena) que llegan a representar el 29% del total de empleos dependientes (el promedio de los países OCDE está en 11%) o el antecedente aportado por el Banco Central que situó al país como uno de los de mayor rotación laboral, tras analizar datos del 2005 al 2014, donde alcanzó el 37%, mientras que en ningún país OECD superaba el 30% y si esto pareciera poco, el Código del trabajo vigente mantiene normas tan blandas para el cese de funciones como el art. 161 que considera la vaguedad de “necesidades de la empresa”.
Finalmente, otro aspecto observado, por la importancia para el conjunto de los trabajadores y la centralidad que tendrá en el próximo periodo gubernamental es el tema previsional.
Siete de los ocho programas se pronuncian activamente, demostrando con ello como los ciudadanos con su movilización activa y todo lo que ha significado el movimiento No Más AFP pueden incidir y generar agenda política. Así con sólo una excepción, los y las presidenciables coinciden en la necesidad de introducir cambios, los que se mueven entre adecuaciones intrasistema propuesta por Sebastián Piñera manteniendo el sistema de AFP, migrar a modelo mixtos con diversas variables y profundidad promovido por Alejandro GuillIer, Marcos Enriquez- Ominami y Carolina Goic , hasta cambios en el sistema hacia uno de carácter solidario al que adhieren Beatriz Sánchez, Alejandro Navarro y Eduardo Artés.
Entonces, como ve, no se juega la vida en las elecciones, pero no da lo mismo por quien se vote. Hay variables que ameritan que cada trabajador y trabajadora, conozca, se informe y use eficiente y racionalmente su derecho sufragar. No lo pierda y si lo hace, no se queje.
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