Un Club del Diálogo Constituyente

Y aunque  solo fuera  para tomar el té con cierta amistad, en el Chile de las descalificaciones no nos vendría mal. Pues contradiciendo a quienes  el concepto de fraternidad de club les suena anticuado, es hoy día mismo en nuestro país, que cientos de grupos pequeños comparten conversación organizada  sobre el futuro político.

No pretenden ser Partidos, consolidan  comunidad de ideas, pensamiento crítico, esbozan propuestas y  aunque  con confianzas muy variables hacia el proceso Constituyente que vendrá, están alerta.

Y a pesar del virus. O quizás, con mayor razón debido al virus y la crisis social y política, les interesa el debate de  la posibilidad de una Nueva Constitución. La mayoría está  al margen de los partidos políticos. Porque si bien esta proliferación grupal  mantiene vivo el debate, el país  avanza poco en el diálogo.

Por eso tengo esperanza que uno de estos tantos grupos, preocupados por la Constituyente, se auto bautizó como  el Club del Diálogo Constituyente, actuando hacia los partidos políticos nuevos y viejos para apoyar sus candidatos a la Convención y por la renovación de sus prácticas.

Evoca chilenamente al Club de la Reforma con don Antonio Varas, para cambiar la Constitución del siglo XIX y el pensamiento sin fronteras de los “clubes”  británicos desde fines del XVIII,  los de  la revolución  francesa que incluían el club de  Las Republicanas Revolucionarias, de Las Amazonas y hasta casi el siglo XX  los Clubes de los Cristianos Sociales para  cambiar el imperio austrohúngaro.

Clubes organizados por las ideas, sin obligación de ser proto partido político. Su  gracia era la fraternidad para elaborar pensamiento y organizar la acción. Esa disposición que nos hace falta para debatir   construyendo el sentido de comunidad que   aún  no define Chile respecto de si mismo.

Felizmente por sobre  los atractivos  eventos de las empresas, que con ingenio inventan comunicación en el confinamiento, estos cientos de grupos, ausentes   del estrellato, casi  en las catacumbas  por la persecución  imperial de la pandemia, hoy suman miles de personas. Se llaman cabildos, comunidades, redes, conversatorios, foros, encuentros y club. Algunos con arrogancia profética y sectarismo; otros, enamorados del enojo con una ingenuidad antipartidos políticos que autolimita su influencia para lograr  poder democrático.

Pero su gran  valor es que todos son casi como  una pre-constituyente aún dispersa,  atomizada y que por eso mismo  requiere, más que orgullo grupal, un compromiso común con el proceso hacia el diálogo, en un solo gran espacio y tiempo para Chile, la Convención Constituyente.

Que uno de los cientos  de grupos del debate nacional se haya autodenominado Club del Diálogo Constituyente es prueba de esa, hoy despreciada, emoción fraternal en el debate de las ideas al convocar  al indispensable compromiso de escucharnos para el momento de hacer la nueva Constitución.

Solo dialogando tendremos  una ley fundamental común, una Constitución, la que, en mi opinión,  deberá ser para garantizar un Estado Protector, Solidario que asegure que todos, siendo distintos, seremos todos iguales en algo, en todo aquello  que asegure una vida digna.

Ojalá los Partidos Políticos se nutran de estos grupos independientes, diversos, dialogantes. Y que la experiencia de los clubes europeos del pasado, sirva para aprender que el ser humano es un desafío en si mismo puesto que, en el sectarismo, los mismos que proclamaron la Fraternidad se fueron turnando para llevar  a la guillotina a sus compañeros.

Los partidos y grupos independientes deben  convivir en mutualismo.  Ayudemos a que quienes no son partidos no cultiven el antipartidismo y que los partidos no se acerquen a  estos solo por el oportunismo  del descrédito de la institucionalidad política. ¡Qué el espíritu de club, más allá de tomar el té en amistad, impregne la política del diálogo necesario!

Todo este proceso Constituyente, no debe esperar rendir examen preparatorio pues el acto constituyente, como espacio del diálogo ineludible, producirá gran  aprendizaje y así, más allá de los resultados de la nueva Constitución, el acto de escucharnos  será un proceso  terapeútico para Chile.

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