Un gobierno berreta

Hay gobiernos malos y éste: un gobierno berreta. Chapucero, improvisado y ramplón, que ha hecho las cosas mal desde el primer día hasta hoy. Un gobierno que confundió ideología con gestión, consignas con resultados, y slogans con políticas públicas. Lo que hemos visto estos casi cuatro años es un permanente experimento fallido que ha terminado costándole caro a Chile: más inseguridad, más pobreza, más desempleo, más incertidumbre y, sobre todo, más frustración entre los chilenos que creyeron que se podía gobernar con consignas de redes sociales.

El proyecto de Presupuesto 2026 es la última puesta en escena de esta deplorable administración. Lejos de corregir el rumbo, el Ejecutivo optó por dejar como herencia un forado fiscal que hipoteca el futuro y busca amarrar las manos del próximo gobierno, sabiendo que es altamente probable que sea de derecha. En lugar de entregar cuentas ordenadas, el oficialismo prefirió despedirse con un festín de gasto desmedido en programas de dudosa eficacia, al tiempo que desfinancia áreas estratégicas del Estado que afectan directamente la vida de los ciudadanos: seguridad, salud, infraestructura y desarrollo regional.

El mensaje político es tan evidente como mezquino. Este presupuesto no es un instrumento de desarrollo, sino una herramienta electoral tardía, diseñada para proteger al círculo de poder del gobierno y para condicionar al que venga. Una maniobra pequeña, impropia de un liderazgo que alguna vez se autoproclamó como el "cambio generacional". Lo que en verdad hemos visto es una generación sin rumbo, más preocupada de imponer su relato que de gobernar con responsabilidad.

El problema no es solo de incompetencia técnica, sino de fanatismo ideológico. Una vez más, la izquierda radical se impone sobre el sentido común y el bienestar de los chilenos. No hay autocrítica, no hay humildad, no hay visión de Estado. Solo un afán de imponer una mirada sectaria, desconectada de la realidad de las familias que viven con miedo por la delincuencia, que sufren la precariedad de la salud pública, que no encuentran empleo ni oportunidades para surgir.

Chile necesita un gobierno serio, no un elenco de aprendices. Un gobierno que gobierne para todos, no para su tribu. Un gobierno que entienda que el país no se administra con consignas, sino con gestión, rigor y compromiso. El de Boric pasará a la historia como uno de los más ineficientes, divisionistas y mediocres que ha tenido Chile. Por eso, que corra rápido el reloj. Porque cada día que pasa bajo este gobierno berreta, es un día perdido para el país.

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