Su Excelencia: Todos los años cumple con el deber constitucional de dar cuenta de la marcha del gobierno a la nación. Una tradición antiquísima, en una alocución que, en promedio, con suerte dura tres horas.
Asisten, entusiasmados, sobre todo los congresales primerizos; otros por lealtad y obligación partidaria participan estoicamente. La nota impúdica la dan quienes se retiran vociferando y gesticulando todo tipo de desaprobación, irrespetando la cultura cívica.
Algunos parlamentarios dan parte de enfermo, o se rinden en un plácido sueño, despertándose asombrados cada vez que el aplausometro retumba en el Salón de Honor del Congreso Nacional, preparado especialmente para tan magnífica ocasión republicana.
Cabe señalar que antaño la Cuenta Pública se realizaba el 21 de mayo, casi paralela al homenaje a nuestras Glorias Navales. Se cambió para el 1 de junio, sabia decisión. El Mandatario de turno así no tendría que andar corriendo desde la sede parlamentaria a la Plaza Sotomayor, para llegar exactamente a la 12:10, hora en que se hundió la Esmeralda en la rada de Iquique, tras el certero espolonazo del acorazado Huáscar.
A la gran mayoría de los chilenos(as) mayormente nos les interesa, por el contrario, consideran una lata el discurso, salvo que exista un tema que les favorezca o les perjudique directamente.
Son muchas las obras realizadas por esta administración, es la oportunidad de darlas a conocer. La gente espera respuestas claras, que vaya directo a mejorar su vida cotidiana, cuyas respuestas se siguen dilatando, año tras año. Nunca más promesas falsas, que de esas están hasta la coronilla. La poca credibilidad en la política y en los políticos es muy preocupante para la democracia.
La condonación del CAE, la reforma previsional, el fin a las listas de espera en salud, la construcción de viviendas para los damnificados, empleos seguros y bien rentados, la deuda histórica a los profesores, la creación del Ministerio de Seguridad Ciudadana, para combatir la delincuencia, violencia, y el narcotráfico. Son los grandes temas en que los ciudadanos quieren soluciones, ahora.
Una luz de esperanza brilló en el horizonte, cuando en un arrebato de emoción contagiosa el Presidente señaló, convencido, que habrá una política de infraestructura sí o sí en el país. No más retrasos en los permisos para iniciar las obras que Chile requiere con urgencia.
Valparaíso, la ciudad patrimonio de la humanidad, ya fue compensada con US$ 850 millones: Construirán un nuevo sitio en su puerto, recalarán cruceros y naves de mayor calado. Un hermoso parque en el Muelle Barón, con vista panorámica al mar, para turistas. Emoción hasta las lágrimas al sentir en la epidermis una sana envidia, el anuncio del tren veloz desde Santiago a Viña del Mar. Un logro que permitirá a miles de veraneantes llegar con prontitud y sin atochamientos al famoso Festival de la Canción, de prestigio internacional.
San Antonio espera que usted Presidente coloque la primera piedra del puerto a gran escala, inicie las obras del túnel baja altura Las Leñas, extienda el Metrotren desde Melipilla a la costa central, pues son solo 34 kilómetros hasta la principal ciudad-puerto, la que más dinero le da a las arcas fiscales. Su discurso lo escuchamos todos los que estamos comprometidos con esta larga y angosta faja de enormes potencialidades, con un litoral inigualable, que nos permite mirar el futuro con seguridad y confianza ante posibles amenazas externas, las que no son pocas ni menores.
Como que Rusia y Argentina nos quieren quitar parte de la Antártica, por el petróleo encontrado. China absorberá la carga de Brasil, Bolivia y Ecuador desde el megapuerto de Chancay, en Perú, que se inaugura en noviembre durante la reunión de la APEC.
Gabriel Boric sentenció: "Me pueden cobrar la palabra. No les voy a fallar". Presidente, pierda cuidado lo haremos en su última cuenta que le entregue al país, al finalizar su periodo.
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