Cuando hablamos de conmemoraciones de fechas, es imprescindible señalar que este 29 de noviembre se cumplirán 40 años de un hito del siglo XX: La firma del Tratado de Paz y Amistad de 1984 entre Chile y Argentina. Dicho acuerdo se cerró después de uno de los períodos más críticos en la relación de ambos estados, enmarcados en la crisis del Canal del Beagle y la casi guerra de 1978, cuando ambas Armadas estuvieron a punto de encontrarse en aguas australes. Pero, ¿cuáles son los orígenes de este hecho que dieron paso al tratado posterior, que además este año conmemoramos?
En realidad, la situación del Beagle se remonta al siglo XIX, cuando se definió el límite chileno-argentino mediante el Tratado de 1881. En dicho acuerdo, Chile se aseguraba la posesión del Estrecho de Magallanes y la mitad de la isla de Tierra del Fuego, pero con la alusión explicita que la línea divisoria llegaba hasta "tocar el Canal del Beagle", es decir, todo lo que se encontraba al sur pertenecía a Chile. Bajo esa lógica, las islas Picton, Lennox y Nueva que se encontraban al sur del canal -que corre recto de oeste a este- eran chilenas, pero su estratégica posición y los intereses geopolíticos argentinos llevaron a que se cuestionara su soberanía, reclamando que dichas islas se encontraban al Atlántico.
Después de varios dimes y diretes, que incluyen acuerdos fallidos (1915, 1938, 1960 y 1964) y varios mapas argentinos (donde se cambiaba la posición de las islas y la denominación de los accidentes geográficos para generar un delta a la salida este del Beagle), el gobierno chileno decidió utilizar la estrategia del arbitraje, que se reconocía desde 1902 y que ya había sido aplicada para solucionar la situación de Palena (1966), acudiendo a la reina Isabel II en 1967. Tras un período de 10 años, donde la soberana británica se hizo asesorar por una corte conformada por juristas internacionales, en mayo de 1977 el fallo fue favorable a Chile, solo otorgando la mitad norte del canal a Argentina para asegurar su navegación.
Dicha situación generó revuelo en el país trasandino, gobernado en esa época por el general Videla, quien -en un hecho insólito- declaró insanablemente nulo el laudo (25 de enero de 1978). Esto no solo volvió más compleja la situación, sino que se produjo una escalada del conflicto con expulsiones de chilenos en la Patagonia, ejercicios de oscurecimiento de ciudades y consignas nacionalistas, mientras Chile se preparaba para una eventual guerra, pero también buscaba una salida diplomática.
En medio de esta crisis, asomó la alternativa de la paz, con la posibilidad de que el Vaticano fuese el árbitro. Pero el propio Vaticano estaba en medio de un complejo escenario, pues en 1978 habían fallecido dos papas (Pablo VI y Juan Pablo II) y se realizaron en corto tiempo dos conclaves de elección. Finalmente, sería Juan Pablo II quien acepta la mediación y la posibilidad de guerra se desactiva a fines de 1978, y con ello se da paso a un nuevo período iniciado con la firma del Acta de Montevideo, en enero de 1979.
Sin embargo, el proceso no estuvo exento de problemas, pues la tensión siguió desarrollándose, pese a que las delegaciones trabajaban en conjunto con el cardenal Antonio Samoré, encargado del proceso desde el Vaticano, incluyendo hechos como sobrevuelos no autorizados, capturas de espías e incluso el cierre de las fronteras. Aún peor, en medio de las negociaciones Argentina ejecutó la invasión de las Islas Malvinas con la consiguiente reacción británica, que envió tropas para la recuperación de las Falklands, y luego de una guerra de dos meses (abril a junio de 1982) derrotaron a los argentinos, configurando la llegada de la democracia, por la evidente pérdida de poder de la junta militar en Argentina que deriva en la elección de Raúl Alfonsín, en 1983.
Tras este período bélico y el ascenso de Alfonsín al poder, se dio paso a la parte final de las negociaciones, las que dieron como resultado una propuesta de transacción marítima por parte de Chile -especialmente relacionadas con la zona económica exclusiva- y el reconocimiento de Argentina de las islas del Beagle, las que siendo aceptadas permitieron la firma del Tratado de Paz y Amistad, el 29 de noviembre de 1984, en Roma. Es preciso señalar también que, aunque en Argentina este acuerdo se aceptó mediante un plebiscito y la junta militar en Chile lo ratificó en abril de 1985, también existieron voces contrarias, especialmente en torno a lo que significaba la entrega de los espacios marítimos y sus consecuencias en la proyección antártica.
Sin duda, el Tratado de Paz y Amistad de 1984 constituyó un hito del siglo XX para ambos estados, pues permitió allanar las soluciones pacíficas de controversias, pero también implementó una serie de medidas de confianza mutuas (como las reuniones de los comités de integración o el Protocolo de Recursos Hídricos compartidos para el uso de las cuencas binacionales). Por ello, no solo garantizó la paz, sino que también generó impactos en diferentes áreas que hasta el día de hoy se siguen trabajando en la relación chileno-argentina.
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