La pandemia como juicio

No es raro escuchar en ambientes religiosos la afirmación, o al menos la pregunta, de si la pandemia es producto de un juicio de Dios sobre la humanidad, una especie de castigo por diversas fechorías y pecados cometidos, sea por la humanidad o por determinados grupos.

Esto no es novedad, a modo de ejemplo, baste recordar lo que sucedió con el SIDA en la década de los ’80. La respuesta es un rotundo no.

Afirmar lo contrario corresponde más bien a una fe infantil, inmadura, que proyecta en Dios las virtudes y vicios humanos, como sucedió, por ejemplo, con los dioses griegos. El Dios que profesamos es amor y busca nuestro bien, no quiere el mal ni el sufrimiento.

No obstante, y esto es lo que quiero plantear, que no sea un juicio de Dios no significa que deje de ser un juicio.

Dicho positivamente, sí es un juicio en cuanto nos pone ante determinadas alternativas a las que tenemos que optar, tomar posición, o en cuanto devela cuáles han sido nuestras opciones tanto a nivel personal como social.

La palabra “juicio”, al igual que “crisis”, viene del griego kríno que significa separar, decidir, elegir, juzgar, discriminar, es decir, distinguir entre una cosa y otra, entre el bien y el mal, lo justo o injusto, etc. El juicio siempre conlleva, entonces, una revisión, un cuestionamiento sobre nuestras decisiones.

La pandemia como juicio nos confronta, a nivel personal, con nuestros comportamientos ¿somos o no responsables con nuestra salud y con la de los demás?

¿Nos importan los otros o nos da lo mismo?

¿Somos solidarios o somos agresivos con los contagiados o con aquellos con riesgo de contagiarse?

Hemos visto con desazón cómo en algunos lugares se ha hostigado y aislado a personal de la salud que ha estado combatiendo en primera línea el COVID-19.

Por otra parte, hemos visto tantos gestos solidarios de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, que nos conmueven y dan esperanza.

Se ha estimulado la imaginación y creatividad tanto para ayudar como para reconvertirse. En esta crisis, como en todas, ha salido lo mejor y lo peor del ser humano.

A nivel de la sociedad, la pandemia nos ha enrostrado, una vez más, las grandes injusticias, los cordones de pobreza, la marginación, la brecha digital y un largo etcétera que el lector puede seguir completando.

A nivel internacional, hemos visto cómo distintos gobiernos han manipulado los datos de los contagiados y fallecidos; ni hablar de los que han asumido una postura negacionista.

Pero también hemos visto los esfuerzos mancomunados de distintos organismos, gubernamentales o no, para socorrer a quienes lo necesitan. También esta situación de emergencia nos ha mostrado que solos no podemos y que tenemos que salir de esto con la colaboración de todos.

Como juicio, la pandemia nos ha mostrado lo que somos, lo que hemos construido, para bien y, sobre todo, para mal, pero también nos ubica de cara al futuro.

Debemos decidir si aprenderemos de nuestros errores y construiremos un mundo mejor, más humano y más justo, tratando de hacer que los bienes de la tierra estén disponibles a todos y no sólo a algunos privilegiados (San Juan Pablo II en la Audiencia General del 18/1/2001), o, pasado un tiempo, volveremos al egoísmo, codicia, consumo y ansias de poder, que están destruyendo nuestra humanidad convirtiéndola en inhumanidad.

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