Sello distintivo del Cardenal Silva lo constituyó el haber sembrado con pasión y sin claudicaciones el amor. El amor a Dios, el amor a la patria, el amor a la tierra, el amor a los pobres, el amor a la Iglesia, el amor a los trabajadores, el amor a su congregación, el amor a los campesinos, el amor a la familia, el amor a los jóvenes, y amor a los niños, y por cierto amor a su patria.
Don Raúl se urgía ante el sufrimiento del otro, de su prójimo, sin importar ninguna otra consideración que no fuera un ser humano que necesitaba del apoyo de otro hermano.
Del samaritano que se urgió ante el dolor del caído y recogiéndolo con amor, procuró entregar todo lo que estaba de su parte para mitigar su sufrimiento. Don Raúl, con sencillez, valentía, coraje e inteligencia se entregó por entero al otro, al prójimo, a cualquier otro, no importando su alcurnia, su posición de poder en la sociedad, su nombre o su apellido.
Su corazón palpitaba con la vida, con la vida regalada por Dios y en la cual había que comprometerse con ella a través del hermano, en especial y preferentemente por el más pobre, por el más desamparado, acogiéndolo con un amor que le nacía del alma.
Definitivamente el sello distintivo de don Raúl fue siempre el amor. Dentro de su corazón tan generoso, abierto y disponible, siempre había espacio para la palabra sabia encarnada en el amor inmenso de Dios al hombre.
El Cardenal Silva supo amar profundamente a Dios y a través de El al hombre. Allí estaba el meollo de su acción pastoral, allí estaba la caridad de Cristo que lo urgía, allí estaba esa sentencia de Cristo Jesús cuando señala que seremos juzgados precisamente por el amor que hemos brindado o negado a nuestros hermanos.
En cierta oportunidad don Raúl dijo: “Nada de lo que se ha hecho se habría podido hacer sin la inmensa generosidad de miles de personas que han querido dar un testimonio de amor a sus hermanos. Yo recibo los aplausos … pero son ustedes los que han hecho que la familia Dios en Santiago, esté más unida “.
“Cuando llegue la hora de ser juzgado, no se me juzgará ni por los honores ni por las púrpuras que haya alcanzado. Se me juzgará por mi amor y mi comprensión a los hombres. Se me juzgará por mi amor y comprensión a los pobres”.
Hace 20 años don Raúl llegó a la presencia del Señor, con un corazón puro, con tanto amor entregado su rebaño, con sus manos limpias, con tantos honores y reconocimiento recibidos en todo el mundo, pero ninguno de ellos tenía para él tanto valor como el inconmensurable amor entregado a los pobres, a los jóvenes, a los niños, a los campesinos, a los trabajadores y a tantos aquellos que sufrieron los embates de una dictadura implacable. Fue por ello que su rebaño estuviese donde estuviese, le gritaba con ardor, “Raúl, amigo, el pueblo está contigo”.
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