No se aporta nada al debate al afirmar que como sociedad estamos sumidos en una profunda crisis de confianza, en la que no sólo no creemos en las instituciones, sino que tampoco creemos en las personas. Nada nuevo se dice al afirmar que no creemos y desconfiamos en la política y en los políticos, en las autoridades, en los dirigentes de cualquier organización, en las iglesias, en la publicidad, en nuestros vecinos, en el que va al lado en la micro, en la persona que me toparé dentro de un rato, así como también de quienes escriben columnas de opinión.
Por otra parte, es evidente que todo lo relacionado con lo religioso o a cualquier cosa que pudiese estar siquiera relacionada con una religión, y peor aún, con la Iglesia Católica, tiene un gran rechazo, es sujeto de crítica y de descalificación. Es decir, meterse en este campo es completamente impopular y es exponerse a todo tipo de comentario poco constructivo, para expresarlo generosamente.
Sin embargo, me parece que los días que estamos viviendo, merece intentar proponer una reflexión en torno a lo que como comunidad cristiana recordamos en la Semana Santa, y en particular a través de la lectura conocida como del “lavado de los pies”, que corresponde al jueves Santo.
En lo personal me pasa que este relato de la pasión de Jesucristo, me hace sentido como la esencia del pensamiento cristiano. El vivir la propia vida en clave de servicio al otro, como fuente de significación y alegría personal.
Considerando sólo el relato desde lo descriptivo, entendiendo el contexto de un grupo de hombres reunidos en torno a una mesa preparada para una comida de amigos, dejando de lado el componente “religioso”, el texto es de una potencia, a mi juicio conmovedora, y tiene una correspondencia efectiva con el diario vivir.
Sobran las experiencias propias y de otros, de satisfacción y goce, generada a partir de actos de servicios cotidianos, nada de heroísmos ni sacrificios extremos.
El valor de la humildad, esa capacidad de renunciar desinteresadamente por el otro, la capacidad de perder, de no decir la última palabra, de callar aun estando convencido de lo que se afirma, todo por un bien superior, es la clave del servicio.
El servir humildemente, cotidianamente, renunciando a los más mínimos reconocimientos, creo que es uno de los caminos para volver a vincularnos desde la confianza, para así ir reconstruyendo un tejido social más cálido y humano, que en definitiva nos permitirá vivir más acompañados y felices.
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