Ya nada puede ser como era

Ya vendrán los análisis más reposados del legado papal de Francisco. Hoy corresponde que los fieles católicos lloren su partida mientras ensayan frases ad hoc: "fue el papa de la misericordia", "estuvo cerca de los pobres", "revolucionó la iglesia", "dio un ejemplo al desbaratar la corrupción del Banco Vaticano y enfrentar los casos de abusos", dificultades que aparentemente su predecesor no pudo encarar.

A este papa le tocó, como casi a ningún otro pontífice de los tiempos modernos, enfrentar la profunda crisis que vive el Vaticano no sólo desde el punto de vista de la gestión política y administrativa de la Iglesia Católica, sino especialmente acerca de la capacidad de esta de reflejar los nuevos tiempos de la humanidad. Están debidamente documentadas las diferencias profundas existentes al interior de la curia, los grupos de poder liderados por cardenales conservadores que siguen apegados a la antigua tradición eclesiástica como la misa trinitaria, las capas de 12 metros y el oropel que oculta una vida íntima licenciosa y que contradice lo que condenan públicamente, o por aquellos que representan una Iglesia preocupada de la "periferia" del poder, como tan hábilmente lo describe el escritor español Javier Cercas en su libro "El Loco de Dios", recientemente publicado.

Muchas cosas se le podrán criticar a Bergoglio, muchas otras agradecer; su vida, como la de cualquiera tiene diferentes grados de contradicción, la misma que hace difícil la construcción social, continúa Cercas en su estupendo libro. La condición humana nos hace ser una cosa y también otra, y la tensión que se produce entre ambas fuerzas de la conciencia y los actos es lo que quizás nos define como especie. Por eso quizás Bergoglio eligió al santo de Asís para el nombre de su pontificado: la humildad, el reconocerse como falible y perfectible.

Se indignó cuando acusaban a sus pastores por los crímenes sexuales, "comentarios zurdos" declaró seguro en un vuelo cuando vino a Chile, sin embargo, reformó el episcopado chileno y castigó a los curas involucrados; ratificó el carisma del Opus Dei sin embargo implementó reformas profundas en la prelatura, con la molestia de la jerarquía institucional y el descontento de los sectores más duros; fue acusado de respaldar la dictadura argentina no obstante alegó estar más cerca de los jesuitas víctimas del régimen de Videla. Luces y sombras que marcaron su existencia, como las de cualquiera.

Es difícil anticipar o imaginar el tono de las negociaciones del nuevo cónclave, habrá posturas irreconciliables, quizás sea electo un cardenal de la "parroquia" como eufemísticamente describen los propios cardenales al grupo que dentro o fuera del clóset tiene una vida contradictoria con sus propias doctrinas y creencias, de acuerdo a lo que consigna el escritor francés Fredéric Martel en su libro de investigación "Sodoma", publicado hace un par de años, o será un cardenal progresista que profundice el impulso de Francisco en transformar la Iglesia en una institución desprovista del afán de la riqueza, boato y vacía ritualidad para reorientar el mensaje cristiano a la labor pastoral y promover una mayor cercanía con los que efectivamente más sufren.

La secularización de las costumbres, con la inevitable modernización de Occidente, la falta de vocaciones, el desapego religioso de la sociedad, los avances de la ciencia, la medicina y la tecnología, el laicismo galopante de las instituciones y los escándalos propios de la jerarquía, han debilitado la influencia de la Iglesia, lo que hace aún más difícil su trabajo en sus derroteros institucionales, de aquello no cabe duda, por eso quizás sea necesario un cambio, quizás por eso también -dirían los sectores más tradicionalistas-, retrotraer la Iglesia y la doctrina a estadios preconciliares.

La elección del nuevo papa nos dará señales del destino de la Iglesia en tiempos en que nada puede seguir siendo como era.

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