En los últimos días se ha visto un avance en la Cámara Baja sobre el proyecto de ley de muerte asistida. Este descansaba desde el año 2018 en el Congreso, sin embargo, se reactivó rápidamente para darle curso a su promulgación y, como tal, ha quemado etapas. Es una conversación vieja en el mundo, pero como se trata de vida o muerte, ésta no pierde vigencia.
Ahora bien, en un tema tan delicado como la vida misma. ¿Qué es la ley de eutanasia? En primer lugar, hay dos conceptos básicos que debemos considerar al momento de hablar de este tema: 1) La eutanasia es la muerte de un paciente a manos de un tercero, que tiene como condiciones necesarias la libre voluntad del enfermo y que éste tenga una enfermedad terminal dolorosa que lo aqueje, en la cual, en teoría, los cuidados paliativos ya no hacen efecto. 2) El suicidio asistido, por otra parte, es ejecutado por el mismo enfermo, pero con ayuda de un tercero con las mismas condiciones anteriores. En ambos casos, por lo general, el procedimiento se realiza por personal médico.
Lo que se está discutiendo en Chile, tal como está la ley, tiende al primer caso. Es decir, el acto de un tercero que debe administrar una dosis letal a quien lo pide, pero, dejando abierta la posibilidad del suicidio asistido.
Quienes abogan por la eutanasia sugieren que una vida con dolor extremo es indigna para la persona y para la familia, quienes deben soportar la carga de ver sufrir a un ser querido -a veces por años-. Sin embargo, me atrevo a sugerir que poco tiene que ver la dignidad en esto, sino más bien la capacidad que tenemos de sobreponernos al dolor.
Dentro de las tribulaciones que nos entrega una enfermedad terminal, hay una palabra clave: "dolor". Ese dolor desgarrador que llena de desesperanza. Más aún si este está asociado al callejón oscuro de la muerte. Siendo ésta la situación, debemos poner atención a este problema en donde posiblemente la eutanasia no es la respuesta correcta.
Los problemas de este tipo de leyes no son pocos ni sencillos. Desde el punto de vista de la medicina, los dolores físicos, gracias a los avances científicos en los cuidados paliativos, logran disminuir. Para explicarlo mejor, los umbrales de dolor de un paciente de cáncer u otra enfermedad terminal que puede padecer hoy son significativamente menores que hace 10 años atrás. Así mismo, tampoco serían lo mismo en 10 años más si la medicina paliativa avanza como hasta ahora. Siendo éste un tema central al abordar las leyes eutanásicas no es posible determinar estos parámetros por la misma, lo que hará que la normativa promovida tenga que ser lo suficientemente laxa.
En los siete países que tienen ley de eutanasia o muerte asistida se han dado situaciones en que se ha provocado la muerte de personas que aún pueden tener cuidados paliativos o incluso no los necesitan. Más grave aún, en algunos dramáticos casos, se ha trastocado la libertad individual de algunos pacientes, al autorizarse la eutanasia a petición de la familia, más no del enfermo como se indica legalmente. Esto sucedió en Bélgica, en donde se aprobó el uso de la muerte asistida para una persona con demencia por parte de sus seres queridos. Así, lo que parece una muerte digna, en estos países se podría transformar en un delivery de la muerte asistida.
Sin ir más lejos, algunos de estos países han tenido que hacer cambios urgentes a la ley para precisarla. Aún así, no pudieron y ya no pueden evitar las dinámicas perversas que se han generado, lo que en bioética se llama pendiente resbaladiza.
Por otro lado, en momentos en que están muriendo cientos de chilenos día a día, parece un mal chiste que el Congreso aproveche el minuto para hacer avanzar la ley de la eutanasia. Probablemente, una mejor señal a la ciudadanía habría sido promover una ley de cuidados paliativos que obligue a los hospitales públicos y privados a contar con los mejores y más sofisticados equipos médicos que permitan entregar un trato digno al enfermo. Después de todo, la muerte asistida es solo el último grito de dolor desesperado de alguien que sufre.
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