Las enfermedades neurodegenerativas, y dentro de ellas las demencias, son un importante desafío de salud pública. Generan un elevado costo, tanto en gastos directos (controles médico, remedios, etc.) como en la necesidad de cuidados familiares y pérdida de años de trabajo.
El importante impacto personal y social de estas enfermedades ha causado que miles de investigadores y de fondos de investigación se han dirigido a clasificar, entender y tratar las múltiples enfermedades que causan las demencias.
Sin embargo y a pesar del ingente esfuerzo médico y científico no ha sido posible encontrar un tratamiento curativo o modificador de la evolución, como son por ejemplos los antibióticos en la neumonía. Hasta ahora, los fármacos sólo han logrado manejar los síntomas acompañantes y retrasar el avance de la enfermedad.
Algunas de las causas de estos pobres resultados son que las demencias no son causadas sólo por una enfermedad, sino que con un conjunto de enfermedades y de alteraciones biológicas distintas que además muchas veces se combinan en grados variables, generando cientos de escenarios distintos.
En esta línea, han existido numerosos avances a nivel de neuroimágenes y exámenes de laboratorio para poder diagnosticar de manera más exacta y lo más temprano posible el tipo específico de enfermedad en el cerebro. Exámenes de neuroimágenes pueden ya identificar por ejemplo la cantidad de betaamiloide en nuestro cerebro, hipoteóricamente causante de la temida enfermedad de Alzheimer.
La esperanza de los científicos y los clínicos es que poder identificar pacientes con depósitos de proteínas dañinas en el cerebro, antes de que tengan síntomas, lo que nos permitirá descubrir y utilizar nuevas estrategias que impidan en desarrollo de la enfermedad.
Sin embargo, hasta el día de hoy estos exámenes se mantienen para uso principalmente de investigación, sin tener un claro beneficio en la gran mayoría de nuestros pacientes.
Actualmente, si un paciente sin síntomas tuviera temor ante la posibilidad de desarrollar una demencia y se toma uno de estos exámenes, no va a cambiar la conducta clínica, independiente de su resultado. No existe un tratamiento específico si es que el examen sale positivo, o negativo, sino que se indicarán las mismas medidas de cuidado.
Sabemos que un porcentaje importante de las demencias son prevenibles, con sencillas medidas y cambios de conducta, como el manejo del peso, la presión arterial y mantener actividad social y cognitiva. Estas intervenciones han probado ser efectivas y son aplicables a toda la población.
En este contexto, si en la neuroimagen vemos depósitos de proteínas características del Alzheimer, la indicación para bajar el riesgo serán todas estas conductas, pero si la imagen no encuentra estas proteínas igualmente indicaremos estas conductas, ya que por un lado la enfermedad de Alzheimer no es la única causa de demencia y además que el riesgo existe igual.
Sin por otro lado tuviéramos un paciente con síntomas cognitivos, no es necesaria la neuroimagen para hacer el diagnóstico. Este se hace con la clínica, analizando las fallas de memoria u otras funciones cognitivas y viendo como éstas impactan en la vida diaria. Sabemos que no siempre hay una buena correlación entre la neuroimagen y la clínica y que pocas veces el tener el resultado del examen nos cambiará la conducta, ya que debería estar guiada por la clínica y por las necesidades de la persona con demencia y su familia.
Todo lo anterior no pretende limitar la libertar personal de cada uno de los usuarios y médicos para solicitar y realizar las evaluaciones que deseen, pero si busca abrir el debate sobre la real utilidad clínica de ciertas intervenciones, no exentas de costos ni riesgos, en el tratamiento y evolución de nuestros pacientes, que indudablemente se beneficiarán más de intervenciones probadas y sostenidas en evidencia y de acompañamiento y educación sobre los avances y limites de la medicina actual.
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