Sobre la base de muchas "patologías de salud mental" se encuentra un profundo vacío espiritual, un sinsentido vital doloroso, que se manifiesta a través de adicciones, depresión, angustia, confusión, crisis de pánico, compulsiones, obsesiones, entre tantas otras maneras del alma para alertar el desequilibrio, la desconexión esencial.
Inmersos en una cultura que promueve el consumismo, con el deseo de tener un gran poder adquisitivo como modelo de felicidad se hace difícil el cultivo del espíritu y el desarrollo de la integridad psíquica para hacer frente, con entereza, a los distintos momentos y contextos de la vida.
Pese a que en el Derecho esencial se mandata explícitamente a los Estados a hacerse cargo de promover y garantizar el bienestar espiritual de las personas que habitan los territorios que administran, los distintos gobiernos a cargo poco realizan en esta dirección, poco comprenden de qué se trata hacerse verdaderamente cargo de ello.
Ya nombrar a la salud mental de esa manera, como un problema de la mente, muestra una estrechez comprensiva del fenómeno. La producción de la mente y su modo de funcionar (con sus pensamientos, recuerdos, proyecciones, comprensiones, fantasías, etcétera) es un elemento más a integrar, además de las emociones, las percepciones sensoriales, las intuiciones. Quien las integra es el Yo, la Consciencia, eso que soy esencialmente, trascendente al cuerpo biológico, imposible de tocar o ubicar materialmente, pues pertenece a la dimensión inmaterial, espiritual.
Desafortunadamente en muchos espacios de atención en salud mental, la intervención se centra en disminuir los síntomas o desajustes que se experimentan, obturando la consciencia, bloqueando la intensidad de la experiencia vital, buscando generar artificialmente un equilibrio en la química del cuerpo, sin atender ni promover ajustes en la dimensión del espíritu, dimensión en la que la mayoría de las veces se encuentra el origen del desequilibrio.
También existen experiencias logradas, equipos de trabajo que abordan las patologías o desequilibrios integrando la espiritualidad profunda, acompañando el proceso de descubrir verdaderamente quién se es, el sentido del ser, el reconocimiento y desarrollo de las cualidades del alma y su consecuente activación para aportar al todo indivisible del que formamos parte, promoviendo la expansión de la consciencia, la integridad psíquica, la satisfacción esencial, la felicidad, la salud espiritual. Son todavía experiencias excepcionales, más, la buena noticia es que las hay.
Las propuestas políticas que se atreven a señalar la necesidad de fortalecer la salud mental y que destacan con alarma el aumento de los índices de patologías y síntomas en la población, para ser rigurosos, habrán de considerar que no se trata simplemente de aumentar presupuestos para hacer más accesibles los modelos de atención actuales. La crisis de modelo cultural también afecta las estrategias usadas en salud mental. Se requiere de una evolución del paradigma, una otra manera mejor integrada para comprender, promover y atender, verdaderamente, la salud del espíritu.
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