Suicidio adolescente

Felipe Peña
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Quizás un problema muy difícil de investigar, de intervenir y de prevenir es el suicidio. Esta dificultad no solamente tiene que ver con –por ejemplo- lo complejo que es estudiar factores que llevan a una persona a cometer suicidio (pues no se cuenta con el reporte de la víctima), sino también por cómo algunas culturas -como la nuestra- reaccionan de manera evitadora frente a la idea de siquiera hablar del tema. Pero por alguna parte debemos partir y una forma es identificar grupos de riesgo.

Desde 1995 las tasas de suicidio en la población general muestran una baja en la mayoría de los países de la OECD.Sin embargo Chile ocupa el segundo lugar entre los 7 países de la organización que han aumentado su tasa de suicidio anual, incrementándose en un 54,9% desde el 1995 al 2007.

Por otro lado según cifras de la OPS las muertes debido a lesiones auto infligidas dentro del grupo de adolescentes (10 a 19 años) durante el 2008 significaron el 21,19%, mientras que en el resto de los países del continente alcanzaron el 5,51%.

Además según datos del MINSAL, la mortalidad debido a suicidio en adolescentes alcanzaría el año 2020 una tasa de 12 por cada 100.000 habitantes de esa edad, manteniendo la curva de crecimiento observado desde 1997.

Claramente el grupo de adolescentes es uno de los de alto riesgo de suicidio en nuestro país. Entonces el ejercicio nos debiera llevar a pensar en identificar -dentro de este grupo- aquellos que presentan alguna particular vulnerabilidad a este problema.

La pregunta no es fácil, es lograr responder algo tan complejo como ¿qué puede llevar a pensar a un niño o niña de, por ejemplo, 11 años que su vida no merece ser vivida?

O ¿cómo la vida de un niño o niña de 12 años puede ser tan tortuosa que ya no quiere continuar?

Y algunos responden o intuyen que quizás las respuestas vayan en la línea de pensar en aquellos niños, niñas o adolescentes a quienes la sociedad les hace su vida sea mucho más compleja.

Más complejo es aún el escenario chileno en que no contamos con muchas cifras o investigaciones realizadas y la meta de lograr ponernos al día se ve de un tamaño inabordable. No queda más que buscar -en el corto plazo- información de otros países o culturas y -en el mediano o largo plazo- la urgente tarea de realizar los estudios locales necesarios.

Investigaciones realizadas en Estados Unidos indican que en la población adolescente, el grupo de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (LGBT) muestra un riesgo más alto de presentar ideación, planificación o intentos suicidas que sus pares heterosexuales.

Los adolescentes LGB presentan un riesgo cuatro veces más alto que sus pares heterosexuales de intentar suicidarse. Por otro lado cerca de la mitad de los jóvenes Trans declara haber pensado seriamente en quitarse la vida, mientras que un cuarto de ellos señala haber intentado hacerlo en alguna ocasión.

Surge entonces la necesidad de conocer más sobre este grupo de riesgo, tratar de llegar a conocer con qué factor -que tenga que ver con la diversidad sexual- se estaría relacionando este riesgo suicida.

Numerosos trabajos indican que la presencia de dificultades psicológicas en población LGBT se asocia principalmente a la discriminación y hostilidad social.

Un estudio cualitativo realizado en el Reino Unido indicó que la presencia de experiencias discriminatorias en los niños, niñas y adolescentes LGBT aumenta la percepción de vergüenza y el uso de estrategias de afrontamiento individual, con un consecuente aumento del riesgo de conductas autodestructivas.

También estudios realizados en Estados Unidos arrojan como factor de riesgo la presencia de rechazo familiar como experiencia de vida de los adolescentes LGBT, aumentando 8 veces el riesgo suicida.

Por otro lado se ha encontrado una asociación significativa entre el riesgo de presentar ideación o intentos suicidas con la vivencia de experiencias de bullying homofóbico; además el ser una persona de sexualidad diversa incrementa el riesgo de ser víctima de bullying, tanto en hombres como en mujeres.

Mientras que en jóvenes lesbianas, hombres homosexuales y personas bisexuales aparece un 20% mayor riesgo de intento suicidio en contextos o ambientes sociales poco favorables en comparación con aquellos en que se percibe un apoyo social.

Estos datos indican que un grupo particularmente vulnerable al riesgo suicida son los adolescentes LGBT, haciendo imperativo la necesidad de establecer y proyectar estrategias de intervención específicas.

Afortunadamente hoy el MINSAL cuenta con un Programa Nacional de Prevención del Suicidio. La implementación de uno de los componentes de este programa debiera ser capaz de dar una caracterización de los diferentes grupos de riesgo. Sin embargo necesitamos mucha más información e investigación en este complejo problema de salud.

Pero finalmente queda un segundo desafío, y tiene relación con aquellos que creen que como sociedad le estamos haciendo la vida más difícil a algunos.

¿Estamos preparados lo adultos, las familias y los diferentes actores que trabajamos a diario con los niños, niñas y adolescentes lesbianas, gays, bisexuales y trans para devolverles las ganas de vivir?

¿Sabemos decir a esos niños, niñas y adolescentes lesbianas, gays, bisexuales y trans que no hay nada malo en su forma de ser, que no tengan miedo y que efectivamente los vamos a apoyar incondicional e informadamente en llevar una vida plena adelante?

Parece que ahí esta nuestro pequeño desafío cotidiano.

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