La actual pandemia de COVID-19, ciertamente, ha inyectado una fuerte dosis de estrés a nuestro sistema de salud pública. Sin embargo, debemos ser cuidadosos al imputarle su colapso a esta nueva enfermedad, ya que el sistema sanitario se enfermó antes de neoliberalismo que de CODVID-19, producto de una política de salud abiertamente clasista, y solapadamente racista.
Clasista, porque el actual sistema permite que las ISAPRES se lleven el 60% del gasto público en salud, cuando atienden al 17% de la población, mientras que el restante 40% del gasto se reparte entre el 83% de la gente y que cada chileno o chilena por motivos de salud, gaste de su bolsillo un 32% del total per cápita, 12 puntos más que el promedio de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Racista, porque la selección del personal médico se ha basado, desde 2008, en dos pruebas que esconden criterios discriminatorios contra las y los médicos formados en el extranjero, el Examen Único Nacional de Conocimientos de Medicina (EUNACOM) y el examen de la Corporación Nacional Autónoma de Certificación de Especialidades Médicas (CONACEM), que mantienen a más de 3 mil profesionales fuera de la salud pública, que es donde más se necesitan.
Seamos francos, no es correcto hablar del “colapso” de un sistema de salud, contra el cual presentamos una querella de homicidio por omisión, en 2019, tras la muerte de más de 10 mil personas en lista de espera por una operación quirúrgica. El mismo sistema que, solo el primer semestre de 2018, dejó morir a 9 mil 740 personas a la espera de una atención médica. Un sistema así, no colapsará. ¡Ya colapsó!
La grave realidad que implica la falta de médicos para el país, nos llevó en 2015 a impulsar, junto a varias acciones legales, la campaña Más Médicos para Chile, apoyada por 241 alcaldes de todo el país, desde la UDI hasta el Partido Comunista, en circunstancias que faltaban 3 mil 800 médicos, más de 2 mil 700 especialistas y mil subespecialistas, cuando la lista de espera a nivel nacional superaba el millón 600 mil personas. Realidad que, prácticamente, no ha variado.
Pedimos, en ese entonces, que el gobierno solicitase un destacamento de médicos al gobierno cubano, los mismos que estaban derrotando una de las epidemias más crudas de ébola que haya afectado al mundo, así como la liberación del EUNACOM y el CONACEM. Pero el Colegio Médico y la Asociación Chilena de Facultades de Medicina (ASOFAMECH) se opusieron tajantemente. La razón, perderían el monopolio de la administración de la dotación médica y una suma no despreciable, de $5.100 millones aproximados al año -casi US$6 millones - por concepto de aplicación de las pruebas.
Era predecible que el sistema no estaba preparado para enfrentar esta pandemia. Al poco andar, se notó la falta de mascarillas y alcohol gel en los servicios de urgencia, mientras la primera línea de salud, sufrió un rápido desgaste debido a la fatiga por largas horas de trabajo y sus bajas por cuarentena y contagio.
Como solución a esta crisis, un Gobierno terco ha preferido iniciar la campaña “yo sirvo a mi país” para reclutar profesionales, antes que abrir la puerta a miles de médicas y médicos, muchos de ellos formados en universidades de prestigio internacional, que fácilmente podrían relevar a los más de mil 300 profesionales de la salud contagiados.
Para facilitar la incorporación de estos profesionales, es que junto a la senadora Provoste y los senadores Latorre, Quintana y Quinteros, presentamos una moción que suspende la aplicación de dicho examen como requisito, para que las y los médicos formados en el exterior, puedan ingresar al sistema de salud pública. (Boletín N° 13.359-11)
El COVID-19 es una pandemia, cuya expansión se vio favorecida principalmente por las dinámicas que se tejen alrededor del alto y acelerado flujo de capitales. Es una pandemia de la era de la globalización y solo existen dos caminos para enfrentarla: el primero, es la soledad de los nacionalismos, que dada nuestra falta de insumos y de personal calificado, solo puede conducirnos al fracaso y una alta mortalidad y el segundo, es la solidaridad del internacionalismo, que es la vía que nos garantiza mejores probabilidades.
La coyuntura sanitaria le presenta a Chile una disyuntiva, abrir la puerta a profesionales de alta calificación, listos para entrar en apoyo a la primera línea, o sucumbir ante las medidas proteccionistas, que buscan mantener el monopolio de la atención pública bajo la lógica de “mi país” (como no recordar a “mi jardín”), que ha sacrificado la salud de chilenos y chilenas, para mantener su negocio.
El tiempo se agota. Si el virus no pregunta la nacionalidad a quienes va a contagiar, nosotros tampoco podemos hacerlo a quienes nos van a sanar.
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