En las últimas semanas, distintas noticias nos han confrontado con una dolorosa realidad: como sociedad aún no estamos preparados para comprender, respetar e integrar plenamente a las personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA). Cada titular que refleja discriminación, desconocimiento o exclusión nos obliga a preguntarnos con urgencia: ¿Estamos construyendo una sociedad para todos o seguimos atrapados en prejuicios que invisibilizan y marginan?
Aunque se han logrado avances en legislación, educación y visibilización mediática, la inclusión real de personas TEA continúa siendo más una aspiración que una práctica cotidiana. Persisten barreras estructurales, culturales e institucionales. La falta de formación especializada, entornos excluyentes y la indiferencia frente a necesidades individuales, perpetúan la estigmatización.
La inclusión no se decreta: se construye
La promulgación de la Ley TEA fue un paso importante, pero está lejos de ser suficiente. La ley, sin una implementación efectiva, sin formación continua para docentes y sin cambios reales en entornos escolares y laborales, corre el riesgo de convertirse en letra muerta. ¿Cómo puede un sistema educativo avanzar hacia la inclusión si no dota a sus profesionales de las herramientas necesarias para comprender y atender la diversidad neurológica? ¿Cómo esperamos que las escuelas y empresas sean inclusivas si se limitan a cumplir con cuotas sin modificar su cultura interna?
El problema no es la ley, sino la falta de voluntad política para hacerla efectiva. La ausencia de fiscalización rigurosa y de incentivos para promover los cambios refuerza la exclusión. Y mientras tanto, miles de personas con TEA siguen siendo excluidas del sistema educativo, invisibilizadas en los espacios laborales y juzgadas desde el desconocimiento.
En Fundación Tacal sabemos que la inclusión es posible. Desde hace cuatro décadas trabajamos para capacitar e incluir laboralmente a personas con discapacidad, incluidas aquellas con TEA. No desde la lástima ni desde una lógica asistencialista, sino reconociendo sus habilidades, talentos y aportes a la sociedad.
Nuestra experiencia demuestra que cuando se eliminan los prejuicios y se adaptan los entornos, las personas con discapacidad no solo participan, también enriquecen los espacios donde están. La inclusión no es un favor: es un derecho, y también una oportunidad para construir comunidades más humanas, diversas y justas. La estigmatización no es solo un prejuicio: es una forma de violencia simbólica que limita trayectorias de vida. Erradicarla requiere más que buenas intenciones. Requiere voluntad, compromiso y un trabajo sostenido de todos los actores sociales.
La inclusión laboral de personas con TEA no debe ser la excepción ni un gesto simbólico. Debe convertirse en una política pública prioritaria y en una práctica empresarial habitual. No podemos seguir delegando esta tarea en las familias ni romantizando su sacrificio. La responsabilidad es colectiva: del Estado, de las instituciones educativas, de las empresas y de cada uno de nosotros.
Este es un llamado urgente. No a la caridad, sino a la justicia. No a la integración parcial, sino a la inclusión plena. No a seguir esperando, sino a actuar hoy.
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