A nadie dejaron indiferente las fuertes imágenes que vimos provenientes de Iquique a fines de septiembre del año recién pasado. Una disputa entre habitantes de la zona con la oleada de inmigrantes que han llegado durante el último tiempo, principalmente al norte de Chile. Esto decantó en una lamentable hoguera ciudadana que nos posicionó en varios medios de comunicación internacionales.
Pese a lo anterior, nuevamente esta semana se vuelve a repetir con una marcha de 4.000 personas, quienes se manifestaron contra la inseguridad y la inmigración irregular.
Más allá de la caricatura xenofóbica de esa hoguera de materiales y sueños que traen los inmigrantes, es inminente la necesidad de generar políticas públicas que asuman de raíz una problemática que afecta a países desarrollados y en vía de desarrollo.
Hoy vemos políticos, especialistas y opinólogos proponiendo un sin fin de medidas que debieran implementarse para solucionar un problema de varios años y en varias partes. Sin dudas una discusión necesaria, pero lo que no hemos visto es un análisis de medidas a largo plazo, las que deben ser estructuradas tanto para mejorar el sistema económico como fomentar nuevos ciudadanos capaces de empatizar con el otro y con habilidades para vivir y convivir en un mundo altamente globalizado.
Sin duda los límites físicos de las naciones están siendo trastocados por la modernidad y la voluntad nómade de la ciudadanía. Sin embargo, pareciera que la estructura de ordenamiento social no se modifica al mismo tiempo ni ritmo. De pronto nos encontramos con una nueva sociedad, con nuevas sociedades, y los y las chilenas no están capacitados para asumir el desafío de una vida social multicultural.
Es acá donde la educación cobra vital importancia, en dos áreas predominantes. La primera es la educación primaria que fomente la capacidad de ser empáticos con el otro como legítimo y como segundo punto las universidades debieran promover profesionales capaces de comprender que la búsqueda de oportunidades incluso fuera del territorio nacional es una realidad que cada vez será más concreta. En ese mismo plano, el profesional de las próximas décadas debe ser formado con la habilidad de complementar el esfuerzo con profesionales de otras latitudes, pues la migración es una realidad mundial de la cual sin duda Chile no está ajeno.
Y es que el sentir de muchos chilenos y chilenas en torno a la migración gira en torno a la posibilidad de perder empleos debido a la llegada de una mano de obra masiva, y muchas veces con menores pretensiones de renta. Esta realidad conlleva el sentimiento de temor, como una emoción que nos moviliza cuando nos enfrentamos a lo desconocido.
La chilena no es una sociedad que esté habituada a los fenómenos migratorios como se viven en la actualidad, y por ello el temor es comprensible. La educación superior, en especial las universidades del Estado, debe asumir este desafío como un mandato ético, pues se requiere complementar el talento humano local con el indudable talento humano que llega desde fuera. En una sociedad que crece y se desarrolla, hay espacio para todos y todas. Los y las migrantes hacen contribuciones importantes al mercado laboral, el emprendimiento y la diversidad cultural en las ciudades donde son acogidos.
La migración también plantea desafíos para las ciudades, especialmente por la infraestructura y servicios de ciudad que son insuficientes y si esta migración va acompañada de un alto grado de segregación espacial y una falta de integración que a futuro crea guetos urbanos, segregando aún más las ciudades.
Con las herramientas tecnológicas existentes podemos identificar en segundos el historial de una persona que cruza una frontera, mirar a la distancia y en plena oscuridad los movimientos de personas que buscan ingresar de manera ilegal a un país. Podemos llenar la frontera de cámaras o militares. Pero estas soluciones tecnológicas chocan con elementos culturales y éticos que debemos tener siempre presentes. El centro de un problema como éste es que no importa la tecnología que dispongamos para resolverlo, sino que la solución pasa por la forma en que como ciudadanos y ciudadanas entendemos la sociedad que debemos construir. Una sociedad se hace desarrollada cuando enfrenta estos dilemas con un enfoque humano y participativo.
En este desafío la educación superior pública debe estar a la altura, facilitando el ingreso de migrantes, hijos e hijas de los mismos, incorporando en las mallas la importancia de la multiculturalidad, fomentando el aprendizaje de distintos idiomas, etc. En la medida que convivimos con la diferencia nos hacemos ricos en experiencia y visión de largo plazo. Las universidades del Estado no pueden ni deben estar silenciosas ante este enorme y tan contingente desafío.
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