Cuando hablamos del desarrollo de un país, en general dirigimos la mirada hacia dos grandes protagonistas: el mundo público y el privado. El primero, liderado por el Estado, busca el bien común de la sociedad organizada en torno a este. El segundo, impulsado por empresas y emprendedores, promueve el crecimiento económico con foco en la eficiencia y la innovación.
Pero hay un tercer actor, que es clave para sostener y transformar nuestras sociedades: el mundo social. Este sector nace donde el Estado no logra llegar del todo y que tampoco es prioridad para el mercado. Está compuesto por fundaciones, organizaciones comunitarias, ONG, cooperativas, voluntarios y personas que trabajan con un propósito claro: resolver problemas sociales, culturales y ambientales desde la lógica del impacto, no del lucro.
Cuando el Estado no alcanza y la empresa no llega, ahí está el mundo social. Donde hay una brecha, aparece una fundación, una ONG, una comunidad organizada que inventa soluciones, sostiene redes de cuidado y transforma realidades con pocos recursos y mucha convicción. En tiempos de crisis, el mundo social es el primero en actuar y el último en rendirse. Invisibilizarlo es ignorar experiencia, talento, legitimidad e innovación. Incluirlo es abrir el camino hacia una sociedad más justa, más humana y más colaborativa.
En Fundación Mujer Impacta hemos sido testigos del poder transformador de este sector fundamental. En nuestros 13 años de historia, hemos articulado una red de más de 170 fundaciones en todo el país que trabajan por causas como la salud, la educación, la seguridad, el medioambiente, la inclusión y muchas más.
Chile no se construye sólo desde el Estado ni desde la empresa. Se construye desde la colaboración entre lo público, lo privado y lo social. Porque el verdadero desarrollo nace del encuentro entre esos tres mundos. Y porque un país más equitativo y solidario sólo será posible si lo construimos entre todos.
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