Cuidar también es seguridad: lo que el Censo nos está diciendo en voz baja

El nuevo Censo reveló un dato que muchas y muchos ya intuíamos desde hace tiempo: Chile está envejeciendo y nuestras familias se están achicando. Lo que antes se percibía en el entorno cercano -ese vecino mayor que ya no sale, esa señora del pasaje que apenas vemos- hoy tiene cifras concretas que lo confirman.

Una de cada cinco familias en Chile es hoy un hogar unipersonal. Y la mayoría de esas personas que viven solas son mayores de 65 años. En 1992, ese grupo etario representaba el 6,6% de la población. Hoy, en 2025, alcanza el 14%. Disminuyen los jóvenes y aumentan los mayores. Las cifras no mienten, pero lo más inquietante es lo que nos obligan a ver: hay rostros detrás de cada número, hay historias de vida que se vuelven más solitarias, más frágiles.

El porcentaje de hogares compuestos exclusivamente por personas mayores pasó del 4,3% en 1992 al 11,6% en 2024. Esto no es solo una tendencia demográfica: es una transformación social que pone a prueba la manera en que entendemos el rol del Estado, los municipios, las instituciones y el propio liderazgo político.

Porque el problema no es solo cuántos viven solos, sino cómo respondemos colectivamente a esa realidad. ¿Nos estamos preparando para una sociedad donde la soledad será una emergencia cotidiana? ¿O seguimos actuando como si el cuidado fuera un asunto estrictamente familiar?

Durante el año en que me tocó ser alcaldesa de Independencia algo de esto ya se intuía. Fue una experiencia breve, inédita y profundamente valiosa. En ese contexto impulsamos la Defensoría del Adulto Mayor, precisamente como respuesta a una realidad que muchas veces no se reduce a la soledad física, sino a un abandono más profundo, que puede ocurrir incluso dentro de una familia. Es la sensación de no ser visto, de no contar con nadie en momentos decisivos. Una forma silenciosa de exclusión que también requiere respuestas públicas.

En muchas comunas de la zona norte y poniente de Santiago -territorios que conozco de cerca- esta realidad se vuelve evidente. Son lugares donde aún persisten redes comunitarias, pero cada vez más sobrecargadas. Donde las necesidades se acumulan más rápido que las soluciones. Y donde la soledad puede volverse no solo un malestar emocional, sino una amenaza concreta para la salud y la dignidad.

Claro que se necesita orden, presencia, firmeza institucional. Nadie lo discute. Pero también es urgente recuperar la idea de un Estado que cuida, un municipio que acompaña, instituciones que no lleguen solo cuando hay una emergencia, sino antes de que ocurra. Porque la verdadera seguridad no se mide solo en cámaras o patrullajes, sino también en si alguien toca la puerta de esa persona mayor que vive sola y le pregunta: ¿cómo está?

Lo que hoy muestran los datos es una invitación a pensar el futuro con seriedad. Pero también con humanidad. Porque cuidar a quienes nos cuidaron alguna vez no es solo un deber moral: es la base mínima de una sociedad que no quiere volverse indiferente.

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado