En el escenario de las revoluciones sociales actúan multitudes enardecidas demandando cambios urgentes que al final de la obra teatral no se realizan porque algunos actores se quedaron tras el telón. Quienes, pese a conocer su potencial rol desestabilizador a favor del pueblo no quisieron subir al escenario, forman parte de la élite; aquella minoría selecta o rectora que posee un status superior al resto de la sociedad. En efecto, el éxito de todo alzamiento popular no sólo depende del hastío y convicción de la mayoría que clama por dignidad, sino del apoyo de parte de la sociedad que ostenta algún poder en virtud a su aventajada posición en cierto quehacer de interés nacional.
Este fenómeno ha sido estudiado por el sociólogo Jack A. Goldstone, quien afirma que el descontento de las masas es condición necesaria pero no suficiente para acabar con los abusos, citando entre varios ejemplos a la Revolución Francesa de 1789 donde el pueblo francés pese a tener un nivel de vida no tan deteriorado como el ruso, se alzó antes que su equivalente en la Revolución Rusa de 1917. Posiblemente, a diferencia de los franceses, los rusos no contaron durante ese lapso con el protagonismo de un Robespierre, de un Danton o de un Marat. Siendo los dos primeros abogados y el tercero médico, sin pertenecer ninguno de ellos a la nobleza ni al clero, los tres poseían una formación ilustrada que los encasillaba en la élite.
En este contexto no sólo un acaudalado empresario ni un influyente político forman parte de la élite; sino también un victorioso deportista, una reconocida artista, una galardonada científica y un brillante filósofo. Estas destacadas figuras gracias a su acervo intelectual y/o material cuando además generan confianza, no sólo pueden conducir a un pueblo desorganizado, sino además pueden despertar a los dormidos. Tal es el caso del Bejamín Franklin quien siendo inventor y ejerciendo el periodismo, tuvo un rol importante en la Revolución Americana. Notable es el caso de José Miguel Carrera, un aristócrata criollo que inició el proceso independentista en Chile ante el "corrompido Gobierno", según consigna el Reglamento Constitucional que él lideró.
¿Qué impide que la élite descienda desde el Olimpo y se ponga a luchar al lado de su pueblo? Como toda persona, las decisiones que toma cada miembro de esta clase aventajada se basan en el balance entre los costos y beneficios, haciendo que ésta no se arriesgue a perder alguna riqueza. Representativo de esta postura es el audio de la "Primera Dama" durante la revuelta del 2019 en Chile ya que cuando la gente salió iracunda a manifestarse, ella afirmó: "Vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás". Por lo tanto, son pocos los casos en que individuos tan racionales como apasionados asumen los costos de una audaz decisión y deciden sumarse enérgicamente al movimiento popular.
Así, la mayoría de las deserciones desde la élite no están gatilladas por posturas románticas ni similares; sino por el descontento que sienten algunos miembros de este selecto grupo respecto al trato recibido por sus pares. A este respecto el biólogo y matemático Peter Turchin, acuña el concepto de "competencia intra-élite". Él explica cómo el exceso de legítimos aspirantes a posiciones de poder dentro de una misma élite genera tensiones internas. Es más, el escritor estadounidense Rob Henderson afirma que es un error común en la ciudadanía considerar a la élite como un bloque unificado, un grupo de personas que se cuidan entre sí: "No es así. Las élites están constantemente tratando de adelantarse unas a otras".
Esta lucha interna por los privilegios puede derivar en fracturas tan profundas que algunos de sus miembros terminan aliándose con las fuerzas revolucionarias. Es decir, tal como ocurre en el todo que es la sociedad; en una de sus partes que es la élite, también hay desigualdades de oportunidades, también hay abusos, también hay injusticias. Entonces, cuando un miembro de la élite no solo es un observador de los atropellos al pueblo, sino cuando él los sufre en carne propia, ahí decide desprenderse de ese grupo y destinar sus capacidades para beneficio de quienes luchan por la dignidad.
Pero al núcleo duro y conservador de la élite no le conviene este desmembramiento pues uno de los efectos colaterales de cualquier rebelión que pretende más justicia social, es la pérdida de poder de algún grupo acomodado. Por eso constantemente los continuistas están tratando de mantener la cohesión de la élite a través de una repartición de privilegios. Una muestra de esta distribución se observa cuando el núcleo indecente de la élite instala en embajadas, universidades, ministerios y otras locaciones a aquellos miembros que reclaman por un pedazo mayor de la torta. Puesto que en esta repartición no siempre prima el mérito, la élite no se mantiene monolítica, quedando expuesta a una fragmentación.
Mientras más miembros confiables de la élite se desprendan y mientras más capacitados estén, mayor será la contribución a la revolución. Por el contrario, si ningún miembro de la élite visiblemente se desmarca de ella para guiar al pueblo alzado, la probabilidad de fracaso del movimiento popular es altísima. Prueba de este trágico destino es el comportamiento de la élite chilena durante el denominado "Estallido Social" cuando tan solo una famosa cantante, un popular futbolista y un veterano historiador entre otros pocos se manifestaron explícitamente a favor de los indignados. Si se hubieran sumado más artistas, científicos, empresarios y políticos fiables encauzando a la inorgánica multitud, las pérdidas humanas y materiales hubieran sido menores y probablemente muchas demandas sociales ya estarían cubiertas.
Sin embargo, después de estos malos resultados existe la posibilidad que dentro de lo que ha sido una pasiva élite chilena, tal como lo establece el filósofo británico Isaiah Berlin, "los revolucionarios que ocupan puestos claves en instituciones prominentes estén esperando en silencio el momento oportuno para implementar sus esperanzados planes".
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