Pareciera ser tanta la necesidad de cariño que tenemos en nuestro país que cada vez que nos nombran en un ranking pasa a ser tema nacional. Son conocidas las míticas anécdotas del himno nacional y la bandera. De un tiempo a esta parte, la prensa ha publicado una serie de listados con los mejores sándwiches del mundo, los platos típicos más destacados y, hace pocos días, las mejores salsas; y por algún extraño motivo Chile ha aparecido en esos resúmenes en puestos destacados, por ejemplo, con el barros luco, el completo, el pastel de choclo o el chancho en piedra.
Como hemos de esperar, estas informaciones son tomadas por la prensa local como si se tratara verdaderamente de la "verdad misma", una especie de revelación divina en temas culinarios. No existe ningún asomo de duda respecto de la calidad de la encuesta, de la idoneidad del jurado, de la calidad de la muestra; nadie duda del origen del estudio, a nadie se le ocurre pensar que éstas pueden ser investigaciones generadas quien sabe con qué motivaciones comerciales, académicas o políticas. No importa, para los medios, es la verdad en sí misma, una especie de dogma de fe, como si fuera el Premio Nobel de la gastronomía que sancione la más destacada cocina de todo el orbe.
En fin, por supuesto el asunto da tema para que los tabloides titulen a cuatro columnas, para que los matinales entrevisten hasta el cansancio a unos supuestos expertos, se llenan de reportajes los programas televisivos, hasta los noticiarios salen a hacer notas a la calle, a sacar cuñas de personas que junto con compartir un par de ideas básicas y predecibles se zampa un sándwich a vista y paciencia de los televidentes; los oficinistas en sus trabajos y en los cafés no dejan de hablar del tema, por supuesto con un dejo de orgullo y gran satisfacción patriótica mientras que las informaciones de los bombardeos de Donetsk y Luhansk pasan al olvido.
No se trata de ponerse tonto grave sino de dimensionar las cosas por el peso específico que tienen. El valor de estos estudios donde se sopesan distintos atributos de los países, en términos tan subjetivos como el de la gastronomía, donde ni siquiera se informa acerca de las modalidades metodológicas de la investigación, son al menos, dudosas. Está bien, puede ser una cosa lúdica, divertida, algo entretenido, pero entonces no le demos el valor sacrosanto que los medios le dan, medios que deberían precisamente filtrar, arbitrar, moderar, contextualizar, reflexionar, entregar antecedentes completos, en vez de tomar partido apresurada y resueltamente por cualquier cosa que huela a audiencia. Y luego de los medios, lo que sin duda es aún más grave, el valor sagrado que otorga la opinión pública a estos menesteres como consecuencia lógica de un lavado de cerebro tan nefasto, casi como el que hace la Iglesia a los niños inocentes tempranamente, cuando le meten en la cabeza ideas que podrían ser cuestionadas, si tuvieran la posibilidad de recibir información contraria, o al menos, complementadas con otras que ayuden un mejor discernimiento de las mensas, mansas y masivas masas.
Advertimos con horror, que a pesar del desarrollo de la ciencia, la tecnología y la conciencia humana, todavía se siguen instalando verdades reveladas ya no sólo por los detentores del dogma religioso o político sino también por los medios de comunicación en temas tan aparentemente pedestres como éste.
Absolutos que crean una sociedad chata, una sociedad carente de diálogos profundos, una sociedad de obedientes consumidores más que de ciudadanos pensantes. Las personas siguen siendo esclavas de lo que piensan y dicen otros, anclados a las ideologías, atrapados por sus prejuicios, dóciles corderos al servicio de los mensajes publicitarios, de la promoción de las películas que anuncian en la tele, de la música que distribuyen las grandes transnacionales del entretenimiento.
Nada se cuestiona nada, la gente sigue como borregos las tendencias en boga, puede ser falta de educación, quizás por ello la gente no sea la culpable, carencias que hacen que los fanatismos políticos no sean distintos a los del fútbol, los violentistas callejeros parecidos a los barrabrava, los peregrinos de la falsa virgen de Villa Alemana igual a las frágiles víctimas de los curas pedófilos. Repetimos lo que escuchamos, publicamos raudos en nuestras redes sociales cualquier cosa que llega, no hay chequeo, no importa, sucumbimos ante la inmediatez y convertimos nuestra sociedad en una convivencia vacía, sin sentido crítico, sin mentes pensantes y creativas.
Comulgamos con ruedas de carretas, creemos cierto todo lo que nos dicen, nos da flojera sacar nuestras propias conclusiones, total es más fácil convencerse del lugar común que de los sinuosos senderos de la vida, creer que el mundo es mi ombligo y no una complejidad infinita más allá de mi propia existencia, o mis ideologías son la solución mágica de todos los problemas de la democracia, y nos conforma seguir creyendo que Dios nos creó desde el polvo del paraíso.
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