Acaba de celebrarse en Chile el día del padre. Hace poco más de un mes se festejó el día de la madre transcurriendo así los festejos anuales en la agenda comercial que habrán de resolver la abundancia en stock de chocolates, arreglos florales, calcetines o herramientas de construcción, según sea el caso.
Son celebraciones inconexas con eventos históricos o referencias culturales ciertas, sino más bien ajustadas al calendario del comercio, que consigna estas fechas como temporadas bajas en los volúmenes de venta, intentando incrementar las utilidades en base a las celebraciones en honor a madre y padres.
La agenda escolar se centra en la elaboración de un obsequio de factura artesanal y más de algún niño o niña se pregunta a quién habrá de entregarle su obsequio o si la categoría de padre o madre que utiliza en su tarjeta de saludos es la correcta o si el destinatario es el adecuado, dados los espacios en blanco que deja el estereotipo de la celebración.
Estas fiestas, por su carácter exclusivamente comercial, adolecen de una insostenible carencia de profundidad y sentido que genera en muchas personas frustraciones, ansiedades, culpas y temores, porque no celebran la paternidad o la maternidad, no buscan honrar los valores más profundos de quienes se abocan a las tareas de la crianza, sino que buscan reproducir categorías estanco, binarias, titularidades vacías de significado, replicando discursos hegemónicos de género y reduciendo habitualmente la parentalidad a un hecho meramente biológico/legal.
Para el día del padre la publicidad en medios de comunicación elabora una imagen ideal de paternidad masculina asociada a parámetros hetero normados y patriarcales, vinculado a la iconografía de la virilidad tradicional estereotipada, abundando en honramientos al rol de proveedor económico quien en la festividad se hace merecedor del justo descanso del guerrero, pudiendo reposar en el hogar los placeres de una familia disponible a reconocer sus glorias.
La iconografía de la celebración materna suele abocarse en cambio a la reproducción del rol de abnegación, sacrificio e inmolación que las mujeres han de hacer por sus hijos/as en esta sociedad patriarcal. Aparecen entonces ante la publicidad desprovistas de poder y parecidas más bien a la imagen santificada de una escultura de yeso parroquial, en cuyos pies hay que depositar flores y a quien resulta necesario liberar por una vez en el año de sus cargas domésticas. La imagen materna es ungida y el rol de la mujer jibarizado a lo materno.
Lo peligroso del día del padre, de la madre, de los enamorados y todos esos artilugios del comercio no radica en lo que celebran, sino en todo lo que dejan fuera, maternidades, paternidades y amores subalternizados, excomulgados, opacados y silenciados, sin cabida en la publicidad hegemónica, siempre dañina y expulsiva de la diferencia.
No hay espacio en estas festividades para honrar otras paternidades y maternidades, aquellas que por cierto abundan pero que quedan invisibilizadas tras la folletería del retail. Paternidades y maternidades alternativas y disidentes, que se ejercen a contramano de la oficialidad, la hetero normatividad y la idea de la familia tradicional binaria.
Frases como “saluda en su día a quién te dio la vida” restringen la paternidad/maternidad a un hecho meramente biológico, desconociendo paternidades adoptivas o sociales. Afirmaciones como “madre hay una sola” niegan la presencia de hijos e hijas que tienen la experiencia de maternidades simultáneas ejercidas por más de una mujer, en ocasiones madres y abuelas, o de quienes tienen la experiencia de la homoparentalidad.
De igual manera resultan castigados padres y madres que no residen con sus hijos/as como resultante de acuerdos o sentencias judiciales en casos de separación o por motivos laborales y para quienes la ausencia en una determinada fecha del calendario resulta extremadamente dolorosa y culpabilizadora.
Abuelos y abuelas, tíos y tías e incluso hermanos y hermanas que fungen como padres y madres en el cotidiano, desempeñando roles de cuidado, de construcción de borde normativo, de manutención económica y de sustento emocional.
Quedan excomulgados de estas fiestas también quienes ejercen roles de padrastros y madrastras (con toda le nefasta carga cultural de esos términos) o de parejas de aquellos padres y madres que han configurado nuevas formas de familia, ensamblando afectos, complementando o suplementando roles, porque le celebración es del padre o la madre y no de la paternidad, la maternidad, excluyendo el ejercicio del rol en pos de la imposición del título como categoría absoluta y monolítica, eterna, sanguínea, definitiva, con independencia de que en ocasiones el padre o la madre biológica/legal no está disponible o no es necesariamente una fuente de bienestar y cuidados y que son otros/otras quienes habitan ese lugar.
Hay muchos y muchas que subvirtiendo esta situación abandonan las impuestas lealtades a las figuras formales y celebran en estas fiestas a quienes cumplen roles maternos y paternos, muchas veces en simultáneo a otros u otras, incorporando en los abrazos a quienes ejercen paternajes y maternajes a contramano de los mandatos sociales, batallándole a las instituciones, desde la fragilidad, la incompletud y con el dulce coraje de quien elige amar más, sin ser incluso reconocidos socialmente como papás o mamás en el cotidiano.
Porque tener un hijo o hija no nos hace padres o madres, así como tener un piano en casa no nos hace pianistas, es algo que llegamos a ser en un devenir y no como consecuencia de una relación biológica o de una sentencia judicial sino que es la resultante de una vinculación fundamentalmente emotiva.
Felices días de las paternidades, de las maternidades, es especial a quienes no recibieron el saludo por no encajar en la figura estándar o por no tener el título, aún ejerciendo el rol diariamente.
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