“Tú puedes trasladar personas de un sitio a otro de un día para otro. Pero no les puedes modificar sus hábitos, sus costumbres, su forma de vivir ¿Me entiendes tú? Esto es como traer un trozo del coliseo de Roma y traer gladiadores porque se van a adueñar de las calles, vamos a tener ropas tendidas por todos lados…” Vecino de rotonda Atenas para 24 horas.
En la rotonda Atenas un coliseo romano con gladiadores. Este habitante nos da referencias del mundo antiguo para referirse al polémico proyecto de viviendas sociales en Las Condes. Pues bien, sigamos la narrativa de este ciudadano de calle Colón, que por muy burdas que resulten sus palabras, esconden una dimensión relegada de la segregación social. La dimensión estética.
Ante el desconocimiento de los detalles de este proyecto y habiéndose enterado por la prensa (torpeza comunicacional del alcalde Lavín), decenas de habitantes del sector manifestaron en la vía pública y en los medios masivos su rechazo, o más bien su pavor, a la idea de recibir a sujetos “vulnerables” como vecinos.
“Esas viviendas disminuirán la plusvalía del barrio” o “aumentará la congestión” fueron las razones argumentadas por muchos, pero pocos se atrevieron como aquel vecino a decir lo que más profundamente les indignaba: llegará gente pobre, ergo, llegará el mal gusto.
¿En qué se sustenta la dimensión estética de la aporofobia? El miedo al pobre suele asociarse a un prejuicio clasista, pero en las palabras de este vecino, es clara la presencia de un concepto de la antigua Grecia, la kalokagathía, el ideal de perfección representado por kalós (bello) y agathós (bueno, la rectitud moral).
Algunos ciudadanos de rotonda Atenas desean vivir en aquel ideal de perfección. Habitar en un lugar bello, ordenado, limpio y uniforme con personas en igual magnitud, bellas, ordenadas, limpias y uniformes. Y de intachable comportamiento moral.
Pero, muy a su pesar, el concepto de vivienda social es una amenaza a este ideal. Las viviendas sociales son para ellos sinónimo de pobreza, y pobreza, es igual a mal gusto. Sus potenciales nuevos vecinos en tanto “vulnerables” serían antiestéticos: sucios, ruidosos, mal olientes; ropa colgada en los balcones, basura por doquier, reggaetón a todo volumen y olor a fritura a la orden del día. E inmorales, con feas costumbres, quizás violentos, delincuentes.
El buen gusto asociado a la educación, los buenos modales y el respeto por el espacio público, al parecer serían valores totalmente desconocidos para estos salvajes que lucharían cada jornada en la gran arena de calle Colón. Gladiadores brutos que traerían consigo los vicios de la periferia, el narcotráfico y tantas otras repugnancias marginales.
El problema que aquí emerge responde a lo que Umberto Eco denomina como la fealdad formal, es decir, el desequilibrio en la relación orgánica entre las partes de un todo.
Para los que se oponen al proyecto, la llegada de personas vulnerables a un barrio de clase media alta o alta implicaría la violación del patrón estético propio del sector y el arribo del mal moral al vecindario. Esto constituye una disrupción de la cultura del vecindario, entendiendo como cultura un sistema de normas.
Un choque de dos modus vivendi, la cultura del mal gusto contra la cultura aspiracional del gentleman. La norma del perreo versus la norma de Bach. Así, la anhelada integración social corre el riesgo de terminar como desintegración estética al destruir la representación simbólica del barrio como elemento de identidad de clase.
¿Desintegración estética o resignificación estética? Las aguas ya se han calmado. El alcalde Lavín ha dejado claro que la materialidad y diseño de estos departamentos respetará la línea del barrio por tanto su plusvalía, y el Concejo Municipal de Las Condes ha determinado los requisitos para quienes deseen postular (ausencia de antecedentes penales vigentes vinculados a delitos graves o narcotráfico y al menos 15 años de residencia en Las Condes o cinco años trabajando en la comuna).
¿Estas medidas son garantía de postulantes inspirados en la kalokagathía griega? Debo decirle al ciudadano de rotonda Atenas, que no. Tal vez sea tiempo de que resignifique su ideal de perfección.
Asumamos, todos, que es imposible controlar la vida y que lo más inteligente es adaptarse a los cambios y a la diferencia. Adaptarse y respetarla. Si tanto le gustan las historias de gladiadores a este vecino de rotonda Atenas, le recuerdo las palabras del emperador Marco Aurelio: “El pan al cocerse se agrieta en ciertas partes. Esas grietas se forman de tal modo que nada tienen que ver con el arte del panadero, algo muy alejado de la belleza, pero que estimulan en gran manera el deseo de alimento. Si alguien tiene sensibilidad e inteligencia suficientemente profunda para captar lo que sucede en su conjunto, casi nada entonces le parecerá sin algún encanto singular”.
Marco Aurelio reconoce así que las imperfecciones contribuyen a la complacencia del todo. Pues bien, ciudadano de calle Colón: es hora que usted también permita las grietas en su barrio.
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