Hay lujo… ¿y qué?

A propósito de la reciente reapertura del debate sobre el lucro, sus ingenuos defensores parecen haber tomado nuevas fuerzas para propagar sus alabanzas al modelo a través de cualquier medio del cual, según se habían percatado, eran todavía los dueños.

Para continuar con nuestras metáforas de la querida y extinta era espacial, diríamos que este año, con toda propiedad el Imperio contraataca, después de una leve Nueva esperanza.

Acallado por ¿el desinterés? de la prensa, el movimiento social parece haberse desvanecido sin un atronador final, como lo ha advertido lúcidamente Alberto Mayol.

Entonces, los propagandistas y mercenarios de los grupos de interés han salido con los más variados y llamativos carteles, no a las calles, obvio, qué ordinariez, sino a retomar activamente el control de los medios. Resulta intrigante la contradictoria manera cómo lo están haciendo.Examinar cada nota de prensa, artículo de columnista de fuste o entrevista a senadoras despistadas excede los límites de este autor.

Sin embargo, no sólo verborrea con unas copas de brandy de más en la comisión política o gestos despectivos de ministro deportista con voz engolada surgen como material de prueba.

Extrañas coincidencias o sincronicidades aparecen ya sea como marco de fondo, o evidencia palpable de que los rudos sobrinitos del Tío Milton Friedman están de vuelta en el pueblo, armados hasta los dientes y con música ochentera de película de acción de fondo.

Ningún concertacionista senior se asuste aquí: no están golpeando los cuarteles como acostumbraban hacerlo hasta hace muy poco, no. Las siempre veraces y contundentes cifras que acallan al vulgo ignorante, las oportunas maletitas que estimulan las hormonas del parlamentario de su distrito, hacen el trabajo disuasivo correspondiente.

Ejemplo reciente es el anuncio, entre discreto y orgulloso, de la próxima apertura de un pabellón de tiendas de lujo en-un-conocido-mall-del-sector-oriente, todo ello, en medio de la feroz pugna política por la fijación del sueldo mínimo.

La mezquindad de la cifra, defendida con obstinación por el gobierno, se basa en esgrimir el consabido espanta cucos de prevenir la atroz crisis económica mundial, que los ágiles asesores de la pirámide de Hacienda tal vez descubrieron al decodificar los pergaminos mayas.

Ante el éxito, austeridad, claman paradójicamente. Aducen una catástrofe laboral de proporciones ante la más leve posibilidad de asignarle un par de centavos más a un sueldo por definición miserable, y, sin embargo, ninguno de estos adalides del mercado parece recordar la carestía del costo de vida que parece no tener límites.

Los alimentos suben, pese a su descenso a nivel mundial, hay que continuar endeudándose usureramente para adquirir el mínimo de bienes de calidad, la estabilidad laboral peligra bajo el tramposo sistema de la flexibilidad laboral (salpimentada al gusto por su empleador), los servicios básicos alcanzan los precios más altos de la OCDE, las pensiones apenas se sostienen, merced a un pilar que nosotros mismos pagamos, pese a las históricas ganancias de los especuladores que las “administran”…

Y sin embargo, la importación de artículos de lujo crece año a año. Aquí parece no acechar el peligro de crisis alguna.

Es más, los entusiastas gerentes no vacilan en hacer la comparación, blasfema hasta no hace mucho, de que este mercadito diamantino estará al nivel de tienditas análogas en el exótico y supermillonario oriente medio (¡Horror!)

El target corresponde, apenas un 0,5% de la población, se diría. Obvio, en el hogar de los verdaderos quince mil dólares per cápita.

Dónde está el problema que use mis Swarowski o el viejo se tome con sus amigotes una caja completa de Talisker de dieciséis años, o el niño ande a más de 120 en la Costanera Norte en su Mazeratti si los pacos no le pueden pasar parte. Si puedo cambiar la picantería de Longines por un Patek Phillipe. Ninguno.

El problema es que la política de shock o la cautela para usted ya no existen. Lo dicen los mismos importadores, no yo, la presencia deslumbrante del lujo establece un peculiar quién es quién, separa aguas, define, pone de manifiesto. Discrimina con estilo, por así decirlo.

Alguna vez nuestra clase dirigente gustaba de hacer gala de una católica austeridad, de un prudente medio tono que buscaba distanciarse del millonario estilo bananero. Cabe preguntarse si ha perdido sentido marcar esa distinción.

En una muy comentada opinión aparecida en la prensa, un destacado académico firmaba su exabrupto: “Hay lucro y qué”. Dejémonos de leseras, hombre, el que puede, puede y el que no aplaude. Cortemos la tonterita comunista y a trabajar, manga de flojos. De pronto consciente de su situación y mareada con tanta suerte, simplemente nuestra elite ya no puede contenerse.

La desvergüenza se desata peor que los topless de colegiala operada que llenan yingos y primeros planos. Repito por enésima vez que no es malo obtener utilidades del legítimo esfuerzo. Frenar el surgimiento de otros para acumular mis lujos es lo que no funciona en este supuesto escenario de pánico, que más parece ficción que realidad.

Los cubos de hielo bailan tranquilos en la copa de whisky del club de campo porque nada altera la restauración del orden establecido por Dios, la patria y la familia.

Usted tranquila señora, que pan puede que le falte, pero circo de lujo va a tener de sobra.Mal que mal nosotros gobernamos y vamos ganando, ¿o no?

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado