La esclavitud en la globalización

El controvertido Mundial de Qatar puso de manifiesto, con intensidad fuera de lo habitual, la tragedia de los brutales sistemas de explotación de las personas, familias y naciones en el siglo XXI, la centuria que fue esperada con tantas ilusiones y esperanzas por miles de millones de seres humanos cuando se extinguía su antecesor, el siglo XX, aquel en que la humanidad se desangró en dos terribles guerras mundiales y centenares de aterradores enfrentamientos regionales y nacionales.

Pero esos anhelos se han visto duramente desmentidos y defraudados, no se ha formado una comunidad internacional en que primen la paz, los derechos humanos, el respeto mutuo y la cooperación entre los Estados. Por el contrario, la guerra entre Rusia y Ucrania vino a agravar y enturbiar aún más la situación internacional, incluso, en diversos momentos ha estado amenazando con extenderse a una confrontación nuclear, de alcances impredecibles para la civilización humana.

Tampoco se ha logrado frenar la especulación financiera, la asfixia del endeudamiento y las fugas de capitales que son extenuantes para los países; asimismo, no hay control sobre el tráfico de personas que facilita la explotación sin mitigaciones sobre millones de trabajadores y hacen de la migración forzosa un calvario para millones de familias.

Además, los grupos mafiosos y el crimen organizado incrementaron sus ramificaciones y movilizan un volumen de recursos superior al de muchos Estados, en particular, el narcotráfico se convirtió en un negocio sin control que arrasa con la organización social y destruye los lazos de solidaridad y apoyo mutuo que son indispensables en el mundo popular.

Mucho se anheló, pero en el siglo XXI no se ha logrado una sociedad más justa, y se intensificó la desigualdad, se agravaron los abusos de poder y se agudizaron odiosas formas de dominación, la explotación financiera y sus expresiones perversas, el círculo asfixiante del endeudamiento y la dependencia económica de los países de la periferia respecto de las mega metrópolis del planeta.

Es cierto que las nuevas tecnologías permiten mayor información y emergieron las redes sociales, pero también hacen posible una concentración de la riqueza y una consiguiente desigualdad, inimaginables hasta hace poco tiempo atrás.

En este contexto, hay grandes beneficiados, entre ellos, las monarquías de los Estados poseedores de los hidrocarburos, cuyo enriquecimiento por el control y manipulación de los precios ha posibilitado la instalación de verdaderas fortalezas financieras que permiten volúmenes de consumo suntuario y de gasto inimaginables para más del 90% del planeta.

Esos Estados despóticos tienen de todo menos libertad y justicia, en su reemplazo compraron el mundial y realizaron una voluminosa operación económica para lograr hacerse con la sede. Se habla de una compra de votos sin precedentes. Tienen mucho que tapar, pero no pueden ocultar que prevalece la opresión de la mujer y la negación de derechos fundamentales. Así, son gravísimas las denuncias de las inhumanas condiciones laborales con miles de víctimas en la construcción de estadios y otras instalaciones de esta "cita planetaria".

Se trata de un completo desconocimiento de los mínimos derechos de los trabajadores y de la más cruda conversión de los migrantes en mano de obra esclavizada. La "magnanimidad" de esta terrible oligarquía llega al punto de regalar entradas a los partidos, seguramente, para suplir la escasez de sus propios espectadores.

Si los trabajadores no tienen derechos, también carecen de ellos las mujeres y la diversidad sexual. Por cierto, la FIFA con inflexible resolución se encarga de suprimir y castigar cualquier denuncia que puedan hacer las selecciones participantes. Los duros castigos ahogan cualquier reclamo. La locuacidad de los comentaristas, en esta materia, simplemente desaparece.

En plena globalización, ante esta espantosa esclavitud, se calla. Los derechos humanos son pisoteados y se impone la censura. La FIFA lo demanda, las megaganancias que obtiene lo exigen. Así, el reinado de la injusticia no acabará nunca. La impotencia de la comunidad internacional resulta penosa. Después vienen las lamentaciones por el desencanto y la desesperanza.

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