Grandes series y películas nos han traído las producciones surcoreanas. Para nosotros parecen lejanas caricaturas que nos divierten o mantienen en vilo, algunas incluso nos cuestionan, sin embargo ¿es posible que Corea del Sur y Chile tengan algo en común?
En los años '50, la República de Corea era un país pobre, tanto como Chile. De ser una colonia japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, luego fue protagonista de un enfrentamiento interno que dividió al país literalmente en dos.
La suerte entre los Estados nacientes fue bastante disímil. Mientras Corea del Norte se mantuvo en el estancamiento económico producto de su hermetismo comercial, Corea del Sur tuvo un ascenso meteórico. Las medidas orientadas a dinamizar y expandir su economía permitieron reducir la tasa de pobreza urbana de 78% a 8% entre los años 1961 y 1993; se transformó la industria, aumentó su PIB y las personas comenzaron a tener acceso a un sinfín de bienes y servicios antes impensados. Todo un tigre asiático.
Pero, pese al auge de las clases medias y la disminución de la pobreza, había una sensación cada vez más patente de abandono hacia el sistema, lo cual se vio reflejado, en parte, en los índices de criminalidad. "Quizá por la cultura coreana de ese entonces, no se vio reflejado en las calles con manifestaciones, pero sí en los homicidios que tuvieron un crecimiento exponencial", decía un policía de la época en una entrevista televisiva. Era la forma de sacar la rabia social.
Es en ese escenario que a finales de los '90 Corea recibe la crisis asiática y es fuertemente golpeada. Atrás quedaba el país modelo. Las personas vendían sus joyas y bienes para poder subsistir y, en los casos más dramáticos, el suicidio fue el único camino. Un recalentamiento de la economía, junto a otros factores, echaba por la borda todo lo construido en años anteriores.
El gobierno surcoreano, para contener la crisis, generó un pack de medidas durante inicios del 2000. Ciertamente fueron recetas bruscas, duras y difíciles, pero necesarias para soportar el chaparrón. Se reajustó al mercado completo, con todo lo que eso conlleva. Nacieron -otra vez- nuevos ricos, la clase media que soportó se consolidó, los que cayeron en desgracia pasaron a ser pobres y los pobres que había fueron más pobres aún. Así fue el efecto de la crisis asiática y la reestructuración coreana.
Corría el año 2016, el tiempo pasa y las formas de manifestación de las crisis también mutan. Es así como, casi 20 años después, Corea del Sur enfrentó grandes y multitudinarias manifestaciones que pedían la renuncia de Park Geun-hye, la presidenta de ese entonces. ¿El motivo del enojo social? La corrupción política. La presidenta finalmente renunció dos años antes del término de su mandato asumiendo la responsabilidad de entregar información privilegiada a su mejor amiga.
¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros? Pues, que los dos periodos de Corea del Sur de alguna manera se asemejan a lo que ha ocurrido en nuestro país en el último tiempo.
Chile bajó la tasa de pobreza de 68% a 8,6% entre 1990 y 2017, a la vez que el PIB aumentó como nunca en toda su historia. La economía abierta rindió grandes réditos, lo que hizo que naciera una clase media pujante y nuevos ricos, convirtiendo a Chile en un país referente de la región. El "jaguar" de América Latina. Pero al igual que en el caso coreano, eso no impidió que exista una cada vez más alta percepción de inseguridad y desafección hacia la clase política.
Por otro lado, si bien las manifestaciones coreanas tuvieron lugar años antes que las nuestras de 2019, los últimos acontecimientos sugieren que en ambos países existe un problema con la figura presidencial. Si allá la presidenta renunció por favorecer los negocios de su mejor amiga, acá el Presidente está siendo acusado constitucionalmente por los negocios con su amigo Délano.
Si en algo no nos parecemos es que, a diferencia de Chile, Corea del Sur es capaz de mostrar una verdad incómoda de manera artística-visual, como se ve en la serie de Netflix "Los Juegos del Calamar" o la película "Parasite". Los últimos datos de la FAO nos muestran que 700 mil chilenos viven con inseguridad alimentaria severa, la inflación se está disparando, la deuda pública hace inviable la permanencia de las ayudas sociales y más de 5 millones de personas ya no tienen fondos de pensiones. Quizás, sólo quizás, aquellas realidades que inspiran las producciones que tanto comentamos con nuestros amigos podrían estar más cerca de lo que pensamos, me imagino que no nos gustaría jugar "al Calamar" o vivir escondido bajo una casa, tratando de sobrevivir.
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