Labores de cuidado: entre el vínculo y el derecho

Coescrita con María José Salazar, encargada de Área Familias y Personas Cuidadoras FCHD

El cuidado se ha instalado en Chile con fuerza, promovido especialmente desde el Gobierno, que ha expresado una gran preocupación por las personas que se encargan de esta tarea, buscando entregar soluciones, que, en gran medida, surgen de la participación ciudadana. Pero este tema no es nuevo para nuestro país, pues hace más de una década que se viene hablando de la denominada "crisis de los cuidados", qué tuvo su punto más álgido cuando el mundo entero se vio afectado por la emergencia sanitaria y el confinamiento que trajo consigo la pandemia del Covid-19.

Es evidente que el abordaje del cuidado desde la urgencia que implica una crisis de los cuidados, y a su vez la feminización de las tareas relacionadas, dan cuenta de lo inestable que es nuestro sistema de protección social. A lo anterior, se suma la escasa asignación de recursos para crear y fortalecer un sistema de cuidados, que dependa de una reforma tributaria adosada a decisiones políticas, que de tanto en tanto, suelen ser mezquinas y distanciadas de la realidad.

A raíz de lo anterior, es importante considerar que el financiamiento de la creación y el fortalecimiento de un sistema de cuidados se debe realizar a partir de una reasignación de recursos, el cual debe ser derivado de aquellos programas o políticas públicas que no cuentan con una buena evaluación, debido a sus pésimos resultados.

No está de más mencionar que el proceso constituyente abrió un debate que menciona su reconocimiento en los artículos 14 bis, 38 y 38 bis. En ellos se señala que el deber de la familia y el Estado está por sobre el rol colectivo y el de la propia persona cuidada.

Mejorar la provisión de cuidados implica dejar atrás la lógica de estos como una medida que sólo considera al Estado, la familia, la comunidad y el mercado. Es imprescindible tener presente que los problemas asociados al cuidado no radican sólo en la persona cuidadora, sino que también en la autonomía y la autodeterminación, que pocas veces ejercen, aquellas personas que lo reciben.

¿Cómo aseguramos el redistribuir el cuidado? ¿Cómo se puede hacer para que los otros actores no reproduzcan un trato desigual y contradictorio al ejercicio de derechos? La respuesta es encontrando mecanismos de comunicación y participación que develen subjetividades de aquellas personas con mayores necesidades de apoyo. En esa tarea, la persona cuidadora es clave, pues tiene acceso a señas y gestos con los que la persona cuidada se comunica. Esta persona es fundamental también, ya que informa y promueve los derechos de la diada en reciprocidad. Así, además de darles apoyo material y emocional, debemos generar espacios para reflexionar sobre el ejercicio y la recepción de los cuidados, pero con enfoque de derechos recíprocos.

Por último, la independencia total es una ilusión moderna. Reconozcamos que somos seres sociales, nos necesitamos para interactuar y buscar soluciones a nuestros malestares, y es así, de esta manera, como se aliviará el sentimiento de ineficacia respecto a las expectativas de independencia desproporcionadas. De esta manera también se eliminará la dicotomía competitiva y obsoleta entre la dependencia e independencia, para así admitirnos como personas totalmente interdependientes.

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