La toma de Kabul, que hace una par de semanas parecía imposible para el propio presidente de Estados Unidos, impactó al mundo occidental no sólo por sus potenciales efectos geopolíticos, sino que por el sufrimiento humano desatado por la victoria de los talibanes en este país de Asia Central. La consecuencia inmediata y más visible está en las vidas cotidianas de las mujeres. Las redes sociales se inundaron de dramáticos casos de persecución por la adhesión real o imaginada de las afganas a formas de vida y de pensar occidentales, entendidas como formas de existencia individual con deseos y expresiones propias.
La avalancha talibán es la arremetida del fanatismo religioso (en su interpretación particular del Corán por el grupo victorioso) como verdad última que guía la vida y gobierno de la población. Significa, principalmente, la pérdida total de la población de mujeres, que desaparecen material y simbólicamente, y de un día para otro, entre las gentes que habitan religiosamente Afganistán. Nadie las podrá ver, literalmente, nunca más.
Por cierto, no es novedoso que guerras, revoluciones y, en este caso, refundaciones se fragüen en el cuerpo de las mujeres. En el dramático caso de Afganistán, las mujeres cubiertas por sus burkas representan la superioridad moral propuesta por el talibán: "nuestras" mujeres son puras, sin atisbo alguno de la seducción (heterosexual) que provocan sus cuerpos.
Lo ocurrido en Afganistán pone en evidencia nuestros temores más profundos en torno al efecto político e ideológico en la identidad femenina y en las consecuencias para la vida cotidiana de las mujeres. Pero ¿es lo que la gobernanza talibán hace al extremo, tan ajeno a lo que ocurre en el "mundo civilizado"?
Las mujeres en esta parte del mundo no llevan burkas, pero sí vestimentas que destaquen sus cuerpos jóvenes y tonificados (en una economía heterosexual que privilegia el capital erótico de las mujeres); no se cubren la cara, pero sí la cubren de maquillaje y cirugías para mantener su juventud y lozanía, y así evitar el castigo del envejecimiento que las afecta con especial crueldad; no esconden las piernas ni vientres, pero sí los operan para que sean planos y sobre todo, delgados, porque en definitiva, eso representa nuestros criterios de valor en un contexto político e ideológico que los movimientos feministas han finalmente, delatado como efectos del patriarcado en la vida cotidiana de las mujeres.
El espanto por lo que las mujeres afganas están sufriendo y que seguramente experimentarán por largo tiempo, es sin duda, uno de los eventos más grotescos de este siglo. No es el objetivo de esta columna minimizar el martirio de esta pérdida de vida, sino reflexionar en torno a los principios políticos e ideológicos que regulan el cuerpo de las mujeres en esta parte del mundo, en la que vivimos, que no horroriza de igual manera, y que también funge como reflejo de la moral social: "nuestras" mujeres son libres de mostrar sus cuerpos, esculpidos de acuerdo a los criterios del deseo heterosexual masculino.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado