Por Vicente…

Ningún chileno, ni chilena pudo quedar indiferente ante la demencial acción efectuada por Brian Esteban que cegó, a tan tierna edad, la vida de Vicente y de un adolescente llamado Miguel Ángel.

Esa tarde de domingo quedará marcada a fuego en nuestras mentes y quizás muchos al abordar cualquier Bus del Transantiago, reproduciremos lo sucedido en lo más profundo de nuestro corazón.

Vayan hoy mis más sentidas condolencias a los padres de las víctimas, mi cercanía, mi oración y mi afecto. En el peregrinar de esos papás, con las penas a cuestas, sin respuestas a la locura e insensatez, son miles los que les acompañamos, los abrazamos y rezamos para que alcancen la paz y los consuelos divinos.

En la otra vereda nos encontramos con el homicida. La rabia, el desconcierto, la búsqueda de venganza pueden ser los sentimientos más recurrentes. Las sociedades han creado sus códigos y no permiten, afortunadamente, la impunidad.

Probablemente la justicia penal con celeridad dará a conocer la pena que a mi juicio no va a ser menor. La comunidad la recibirá con cierto deleite y aprobación para luego, y muy luego, concluir judicialmente como “caso cerrado”.

Me preocupa justamente que para muchos, y no sólo en Chile, la inseguridad ciudadana suele definirse como no ser sometido a pena aflictiva. Es decir, quien es condenado a privación de libertad sea por el tiempo que sea, ahí estamos seguros.

Un crimen alevoso, a sangre fría, con las consecuencias tan horrorosas como lo sucedido ese domingo, no puede ser mirado desde una sola óptica. Es fundamental analizar al autor de ese crimen, como a todos los actores de distintos delitos, desde distintos ángulos para concluir lo más certeramente posible, ¿qué gatilla o motiva en el alma, acciones tan contrarias a la condición humana?

Con gran sabiduría y temple espiritual señaló el papá de Vicente, tan solo a horas de ocurridos los hechos y con un dolor desgarrante “no puede morir de esta forma, ningún Vicente más”.

Efectivamente, ese es el punto que vale la pena de analizar. No basta sólo encarcelar para delitos de esta naturaleza, ya que es preciso, cuando la privación de libertad sea absolutamente necesaria, abordar al sujeto desde las distintas áreas que conforman al ser humano y con la más alta tecnología y profesionalismo adentrarse en los nudos físicos, neurológicos, religiosos, familiares, psicológicos etc., para reintegrarlo, una vez cumplida la pena, a la sociedad.

Si lo anterior no ocurre, si no se trabaja en profundidad con esa persona, si no se dispone para él los mejores profesionales y maestros en el arte de la humanidad; los valores y principios que conforman las relaciones entre iguales tendríamos, probablemente, al salir de la cárcel, a un ser altamente peligroso, con una carga de odio y violencia sin control, expuesto a nuevos delitos y crímenes más cruentos y demenciales que el o los anteriores.

La cárcel, condenas simples o calificadas, en si mismas, no recupera a nadie; sólo agudiza y potencia las ausencias y vacíos de los excluidos de nuestra patria.

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