Razones del auge de la neoultraderecha: Una aproximación

El resurgimiento de la ultraderecha no es un fenómeno aislado ni casual; es una señal inequívoca de que los engranajes de la democracia rechinan; es más, que no funcionan. La ultraderecha permanece siempre al acecho aguardando crisis sistémicas que siembran descontento social que el sistema político tradicional no logra gestionar y, para ascender al poder, manipula el descontento social con la polarización política. Su resurgimiento se remonta a la crisis financiera de 2008. Ya instalado el malestar ciudadano por la desigualdad intrínseca del neoliberalismo, la crisis lo incrementó, perpetuándolo.

Los factores de este auge se retroalimentan y tienen un efecto dominó:

  1. La crisis de 2008 deja a las clases medias y bajas sin recuperar el poder adquisitivo que tuvieron y, con precariedad laboral y bajos sueldos, el descontento social se consolida
  2. La implementación de políticas fiscales regresivas no permite financiar servicios sociales reproduciendo el modelo neoliberal que prioriza el lucro privado por sobre el bienestar colectivo, lo que solidifica el sistema democrático como inoperante
  3. Sin recursos financieros, el sistema democrático queda sin margen de maniobra política para administrar el bien común, su fin fundacional e inalienable, desacreditándolo irreversiblemente
  4. Este escenario permite a la neoultraderecha presentarse como anti establishment, contra la "casta" política instrumentalizando el descontento ciudadano para instaurar un ultraneoliberalismo ultraderechista autoritario
  5. Ya en el poder, inicia la deconstrucción de la democracia con la instalación de facto del mercado privado ultraneoliberal autocrático como poder único, el cual coapta la representación democrática; despliega su política iliberal antiderechos, y politiza o elimina las instituciones democráticas autónomas

De este esquema podemos concluir que, si la desigualdad intrínseca del neoliberalismo provoca un descontento social inevitable, el cual impulsa el auge neoultraderechista, entonces, es el sistema económico neoliberal el creador de la neoultraderecha.

Para alcanzar el poder la neoultraderecha se ha servido de las redes sociales, que ha colonizado, con una sola estrategia: La erosión permanente de la democracia con la propaganda política extremista que se materializa en la desinformación sistemática de un discurso de odio y miedo -la más productiva electoralmente es entre nacionales versus extranjeros-, fracturando y fraccionando la sociedad hasta intoxicar la convivencia democrática. Su narrativa anti derechos laborales, xenófoba y racista, misógina y homófoba se normaliza dejando sin relevancia los valores democráticos hasta instalar un estado político ideológico pre-autoritario. El odio y el miedo generalizado llenan el debate público eclipsando el verdadero problema: Las desigualdades sociales.

La historia enseña que el odio y el miedo nunca construyen nada; y que la ultraderecha comienza distribuyéndolos para dividir los grupos sociales confrontándolos entre sí para, después, ya en el poder, justificar su violencia autoritaria generalizada. Entre sus nuevos odios ideológicos, la neoultraderecha tiene a las mujeres -sean o no feministas, de derechas o de izquierdas, ya que todas padecen la violencia estructural de género del sistema patriarcal-, y a la comunidad LGBTIQ+ como enemigos principales. Ambos grupos sociales constituyen el 56% de la ciudadanía. Sus derechos conquistados han otorgado más calidad y legitimidad a la democracia que, si es verdadera, es siempre inclusiva. Las amenazas regresivas antiderechos contra el 56% de la población, indica claramente que la neoultraderecha está contra la democracia.

En rigor, la neoultraderecha no termina con la causa del descontento ciudadano -las desigualdades sociales- sino que las cristaliza al imponer la mercadocracia: La toma de facto del poder total por el mercado privado autocrático que ha sido bajo el neoliberalismo una auténtica metástasis del sistema democrático. La mercadocracia se gestiona con un estado solo administrador de intereses económico-financieros y tecnológicos privados oligárquicos. La operatividad política de la mercadocracia solo puede ejecutarse bajo el autoritarismo neoultraderechista para reprimir los tsunamis sociales permanentes, siempre increscendo, producidos por las desigualdades intrínsecas del ultraneoliberalismo.

Por otra parte, su aparato ideológico está dotado además del dogmático negacionista del cambio climático y/o del obstruccionismo de los planes de acción para minimizarlo. Solo este dogmatismo ecocida y, por lo tanto, genocida, debería deslegitimarla. Pero, más de dos generaciones de neoliberalismo ha consolidado un individualismo ultra reduccionista: la condición humana se restringe solo a transacciones comerciales para financiar un consumismo fetichista patológico en detrimento de lo que ha hecho al homo sapiens evolucionar progresivamente: la cooperación solidaria, que la neoultraderecha niega.

Además, en el nuevo escenario geopolítico iniciado con la invasión de Rusia a Ucrania, gran parte de la neoultraderecha es el caballo de Troya del bloque totalitario, liderado por China y Rusia, dentro del sistema democrático; la amistad y sintonía entre el ultraderechista Donald Trump y Vladimir Putin, es en este caso paradigmática. Del éxito de la neoultraderecha, vale decir, del fin de la democracia, depende el triunfo global del totalitarismo.

El caso chileno

Como primer país en implementar el neoliberalismo manu militari a mediados de la década de los '70 del siglo pasado, Chile es muy ilustrativo y único. Después de llegar a un tsunami social por no hacer las reformas que la ciudadanía y el país necesitaban para minimizar la acumulación de poder y riqueza sin parangones de un maga élite milmillonaria, que produce unas de las desigualdades socioeconómicas más elevadas del mundo; con dos tentativa de convenciones constitucionales para diseñar una nueva Constitución en un lapso de dos años y medio, que ilustraron la polarización política extrema: La primera (de junio de 2021 a junio de 2022), aún bajo los ecos del estallido social de 2019, recibió el apoyo mayoritario de convencionales de una izquierda anti sistema o, para muchos, ultraizquierdista; y en la segunda (de enero a noviembre de 2023) logró mayoría absoluta la neoultraderecha. Ambas fueron rechazadas en un plebiscito.

Más la elección presidencial de diciembre de 2021, caracterizada por la máxima polarización -en uno de sus polos un representante de una nueva izquierda y por el otro polo un candidato de la neoultraderecha-, el caso chileno ofrece el fresco perfecto de la experiencia neoliberal escenificando la verificación de las desigualdades socioeconómicas que, intrínsecamente, gesta el neoliberalismo, y su consecuencia directa: Un sistema económico creador de la neoultraderecha.

Desde mediados de los '70 del siglo pasado Chile pone en marcha la escuela económica neoliberal. País doblemente pionero, tanto en la implementación autoritaria del neoliberalismo pinochetista (1973-1990), como en su gestión desde 1990, de 26 de 35 años en el periodo posdictadura. Los primeros 24 años ininterrumpidamente administrados por la centroizquierda, logra articular la cuadratura del círculo con una operación virtuoso de políticas públicas, muy poco neoliberales, y a pesar de que el Estado tuvo un escuálido 18-22 por ciento del PIB (la media en la OCDE es de 48%), los datos son incuestionables: La pobreza baja de 40% que dejó la dictadura ultraderechista ultraneoliberal a 9% antes del estallido social y la pandemia; el poder económico casi se cuadruplica, y el ascensor social crea una enorme clase media baja.

Sin embargo, dentro de estos nuevos parámetros de mayor bienestar socioeconómico se ha gestado una desigualdad de vértigo: El 1,01% de la población, los milmillonarios, concentra -según World Inequality Report de 2022, el 49,6 por ciento de la riqueza total del país, creando las condiciones perfectas para un tsunami de descontento social que cristaliza en el estallido del 19/10/2019, cuyas reivindicaciones aún, en enero de 2025 en que escribo este ensayo, no se materializan.

El caso chileno carece del cordón sanitario europeo (todo el arco político democrático unido para relegar a la neoultraderecha de los centros de poder democráticos), porque no existe la centroderecha. Lo que hay es una (ultra)derecha, siempre con este pre paréntesis, a veces invisible pero siempre presente por su proto pinochetismo social y político (con un techo fluctuante del 44-51 por ciento del electorado). La unión natural y sin complejos ni debates internos de la (ultra)derecha en torno al candidato de la neoultraderecha en la última elección presidencial de noviembre de 2021, lo verifica.

En Chile la derecha social y liberal dejó de existir desde el momento en que impulsaron y apoyaron el golpe de Estado de 1973 hasta convertirse en los partidos políticos bisagras de la dictadura ultraderechista. Desde el inicio de la etapa posdictadura en 1990, la (ultra)derecha casi no ha hecho política, sino solo ha gestionado los negocios de sus dueños, ese 1,01% de la población que se enriqueció durante la dictadura, y que es dueño de todo el aparato económico-financiero y tecnológico oligárquico del país.

La centroizquierda e izquierda no tienen mayoría en el Parlamento, y sin una derecha social es inviable, hasta ahora (enero de 2025), alguna reforma estructural para disminuir las desigualdades y acabar con la ira social y, así, quitarle el alimento a la neoultraderecha, que amenaza con una involución en toda regla en derechos de toda índole, y con volver a gestionar formas autoritarias de gobernabilidad.

El pronóstico, en el caso chileno, si no se producen las reformas para minimizar las enormes desigualdades socioeconómicas, apunta a otro estallido social que dejará en un juego de niños el "octubrismo", como lo califica peyorativamente la (ultra)derecha. Para ese momento se necesita la consolidación de la mercadocracia: El poder total de los conglomerados económico-financieros y tecnológicos privados autocráticos administrado institucionalmente por el autoritarismo de la neoultraderecha para reprimir cualquier síntoma de rebelión social contra la mercadocracia. En esa meta está centrada toda la neoultraderecha global en Occidente.

Tenemos dos alternativas: Minimizar la intrínseca desigualdad socioeconómica que produce el neoliberalismo, causa del descontento social que impulsa el auge neoultraderechista, o permitir el jaque mate a la democracia produciendo, entre otras catástrofes, la ecológica. En esta encrucijada histórica, si queremos continuar perfeccionando el orden basado en los derechos humanos, hay que elegir el sistema que lo creó: la siempre amenazada democracia liberal.

Elegirla es uno voto de esperanza. (*)

(*) Esta columna es una síntesis de un ensayo con el mismo título que se publicará en los próximos meses.

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