En el “siglo XX prácticamente doblamos la esperanza de vida, que pasó de ser cuarenta años a ser de setenta, de modo que en el siglo XXI deberíamos ser capaces de, al menos, doblarla de nuevo, hasta los ciento cincuenta”. Esta no es una cita de los grandes de la ciencia ficción como Asimov, Clarke o Bradbury.
Tampoco es una afirmación de futurólogos como Raymond Kurzweil, quien está convencido que, durante este siglo, producto de la nanotecnología, los avances en medicina y la inteligencia artificial, habremos alargado considerablemente nuestra esperanza de vida.
En una charla en TED explicó cómo la evolución de la biología y la tecnología están dando un salto exponencial: “las tecnologías duplican su capacidad, calidad, precio y banda ancha cada año (…), estamos aprendiendo a manipular el software humano a través de la revolución biológica”, lo que permitirá a la humanidad vivir más tiempo y de mejor manera.
La cita del primer párrafo es del difundido historiador israelí Yuval Noah Harari (“De animales a dioses”, “Homo Deus”), quien entrega antecedentes que permitirían concluir que viviremos mucho más, a pesar de las enfermedades catastróficas, la violencia, las guerras, y tantos otros males.
Según la OMS (Estadísticas Sanitarias Mundiales 2016), la esperanza de vida en el mundo se incrementó en 5 años entre 2000 y 2015, el aumento más rápido desde los años 60, si bien, obviamente no es lo mismo nacer y vivir en Japón o Suiza, que en Sierra Leona. Pero en Chile, las estadísticas respecto de la esperanza de vida al nacer son cercanas al promedio de los países de la OCDE (unos 80 años).
Probablemente, pese a los avances de la medicina en la regeneración de órganos y tejidos, al terminar el siglo 21 no vivamos 150 años, pero definitivamente sí serán más años.
Pero, ¿qué hacemos con esta información como sociedad? ¿Y qué estamos haciendo en Chile? Porque aparte de algunas columnas de opinión y del “Congreso del Futuro”, poco es lo que hay institucionalmente.
Si vamos a vivir cada vez más, no sólo es una preocupación para los sistemas de pensiones, público (pilar solidario) y privado. Obviamente la edad de jubilar habría que aumentarla, tal como la han ido haciendo, gradualmente, países más desarrollados.
Si pensamos en nuestra vida, y duplicamos el número de años que viviríamos, pensaríamos distinto (tal vez) del matrimonio, del trabajo, de la crianza de nuestros hijos, de los conocimientos que vamos adquiriendo, la educación que tendremos, o de la carrera que vamos a elegir. La forma de ver la vida cambiaría en muchos y diversos aspectos insospechados hoy.
Los conocimientos y carreras profesionales tendrían una perspectiva distinta, porque vamos a tener muchos más años para aprender nuevas habilidades. Imaginemos además la presión respecto de los costos de la medicina. Lo anterior sazonado con la robótica y los cambios en el mercado del trabajo, producto de la automatización y otros avances.
En Chile no es una tónica hacer las cosas para el largo plazo. Basta con ver caminos, puentes e incluso el aeropuerto que tenemos. Por ello, este tema requiere de una convocatoria amplia, antes que los cambios obliguen a modificaciones a la rápida. Creo que debe haber, de forma institucional, una reflexión sobre esto.
¿Otra tarea para el gobierno que asume?
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