2024 es año bisiesto, trae un día extra, un 29 de febrero que sólo aparece cada 4 años. Una excepción que nos conecta con nuestra ancestral preocupación por registrar apropiadamente los ciclos de la Naturaleza, y conmemorar ciertos eventos cuando realmente corresponde.
En efecto, la medición del tiempo ha sido una preocupación permanente de la Humanidad. Desde que elevamos nuestra vista al cielo y advertimos que esos puntos brillantes en él se movían de acuerdo a patrones regulares, y que esos patrones se relacionaban con la existencia de luz, oscuridad, calor, lluvias o flores, medir el tiempo se volvió prioritario. Definimos conceptos para registrar y predecir esos movimientos. Le llamamos día al tiempo que tardaba en completarse un ciclo de luz y oscuridad, quedando los astros en la misma posición en que estaban antes. Pero observando con más detención, el Sol no queda exactamente en el mismo lugar cada día, y tuvimos que definir otro ciclo (el año), al cabo del cual el Sol llegaba, por fin, a su posición original en el cielo.
O casi. Los pueblos que abordaron este problema sabían que, con estas definiciones, un año era un poco más que 365 días. En 4 años el corrimiento es de un día, en 30 años una semana, y en 100 años ya se podría comenzar a advertir que las estaciones no calzan. El problema, por cierto, es que la Naturaleza no se ajusta a las arbitrariedades humanas, y no hay razón para esperar que la Tierra se dé una vuelta exacta en torno al Sol justo, pero justo, en el mismo tiempo que le toma a la Tierra dar 365 vueltas en torno a su propio eje.
Distintas decisiones se tomaron para resolver este problema. Los egipcios, por ejemplo, tenían un año fijo de 365 días, aceptando el corrimiento de las estaciones. Los romanos, en cambio, optaron por un año con exactamente 12 meses, que sumaban 355 días, agregando cada cierto tiempo un nuevo mes entre febrero y marzo. Todo lo cual tenía ciertas arbitrariedades, porque quienes lo decidían eran también gobernantes, y la longitud de los años se podía cambiar para favorecer a quien estuviera en el poder en ese momento.
Hasta que Julio César consiguió ese poder, y reformó el calendario romano. Apoyado por los conocimientos de expertos de la época, siguió la idea egipcia del año de 365 días (que tuvo tiempo de conocer de cerca junto a Cleopatra, pero ésa es otra historia), agregando cada cuatro años un nuevo día para mantener la sincronización con las estaciones. La decisión fue repetir el sexto día antes de las calendas de marzo (el primer día de marzo), haciendo que, en vez de un 24 de febrero, hubiera dos. De esa decisión de tener dos días sextos, "bis sextum", deriva la palabra bisiesto.
El ajuste comenzó con el año 45 AC, y fue un hito importante, ya que ordenó la vida pública romana y, por extensión, la del nuevo imperio que el mismo César legó. El nuevo calendario juliano seguiría vigente durante casi 1600 años, testimonio de la utilidad y precisión que se había alcanzado, gracias al conocimiento astronómico que griegos y egipcios habían acumulado.
Pero terminado el Renacimiento, los avances científicos volvieron a poner en problemas al calendario. Registros cuidadosos como las famosas Tablas Alfonsinas de 1483, encargadas por el rey Alfonso X de Castilla, y luego las Tablas Rudolfinas de 1627, publicadas por Johannes Kepler, pusieron en evidencia que el equinoccio de primavera en el hemisferio norte ocurría no el 21 de marzo, la fecha canónica, sino más de una semana antes. Inaceptable si la importante fecha de la Pascua de Resurrección debía determinarse en base a dicho equinoccio. Esto motivó la reforma de Gregorio XIII, eliminando 10 días de la Historia (pasando del jueves 4 de octubre de 1582 al viernes 15 de octubre), y manteniendo la regla de César sobre los años bisiestos, salvo que, si un año es un múltiplo de 100 (que debería ser bisiesto según Julio César), sólo es bisiesto si es múltiplo de 400. Y agregando un día extra al final de febrero, lo que es más ordenado que repetir un día. Así, el calendario gregoriano logra ser más preciso, debiendo pasar nada menos que 3030 años para que se acumule un error de 1 día.
Suficientemente bueno para todos los efectos prácticos, porque hay otros factores que de todos modos se encargan de estropear nuestros esfuerzos. Por ejemplo, la Tierra rota cada vez más lento debido a las fuerzas de marea inducidas por el Sol y la Luna, cambiando la duración del día y acumulando errores a lo largo de miles de años. Además, la inclinación de la Tierra no es constante (debido al movimiento de precesión de la Tierra), lo que cambia la fecha de los equinoccios, que vuelven a su posición original después de 26000 años.
No viviremos tanto tiempo como para darnos cuenta de esto, así que, por ahora, nos podemos permitir disfrutar del calendario actual y de este día extra, un día más antes de que lleguen las calendas de marzo.
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