Hace pocos días me tocaba repasar el último año para preparar la cuenta pública de rigor y se sucedían una serie de imágenes como esos golpes de luz que vemos en el vagón del metro entre estación y estación. Veía los planos de las nuevas bases Yelcho, Carvajal y Profesor Julio Escudero, que se construirán con los más altos estándares de protección medioambiental y sustentabilidad, y con un diseño totalmente funcional al trabajo científico.
Veía la figura de Luis Pérez López, artista visual fallecido en marzo pasado. Lucho fue una persona entrañable, con un valioso legado en la reconstrucción visual de la Patagonia y Antártica de hace millones de años, con un talento y una precisión científica notables.
Veía las 34 universidades y centros de investigación ubicados desde Antofagasta hasta Magallanes que hacen ciencia polar durante todo el año gracias a un programa que ya administra entre 90 y 100 proyectos financiados por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) y por el Instituto Antártico Chileno.
Veía el Área Marina Protegida que Chile y Argentina proponen en la península Antártica, más otra en el mar de Weddell que impulsamos con varios países. INACH ha trabajado en el soporte teórico de estas propuestas con hallazgos sorprendentes como los dos primeros casos confirmados de canibalismo en petreles gigantes, la confirmación de que los cambios ambientales y la falta de kril afectan la reproducción de los pingüinos barbijo y el que esta misma especie ha visto reducidas sus poblaciones en 30 % en la península Antártica en tan solo ¡tres generaciones!
Veía cientos y cientos de investigadoras e investigadores caminando por las calles de Pucón y Punta Arenas cuando se reúnan en agosto del 2024 en la Conferencia Abierta del Scientific Committee on Antarctic Research.
Veía las nuevas especies de dinosaurios, mamíferos y de flora que se han hallado en Patagonia y Antártica y que han reescrito la historia natural de estas regiones en un momento clave: el fin de la Era de los Dinosaurios.
Vi las 428 personas que movilizamos en la pasada Expedición Científica Antártica, como parte del trabajo de 52 proyectos de terreno y del apoyo que brindamos a los programas antárticos de Alemania, Bulgaria, Colombia, Corea del Sur, Ecuador, España, Estados Unidos, Finlandia, Malasia, Polonia, Portugal, Reino Unido, República Checa y Turquía.
Vi que todos los protocolos que diseñamos junto a las autoridades sanitarias fueron efectivos y tuvimos una campaña sin contagios de Covid-19.
Vi cómo sigue tomando forma el anhelado proyecto del Centro Antártico Internacional. Vi el bosque y los acuarios antárticos que estamos preparando. Hemos avanzado sustancialmente en la viverización de especies botánicas y en la documentación de la adaptación y crecimiento de las especies marinas de los acuarios, insumo vital a la hora de implementar en el CAI el proyecto definitivo.
Vi las 10 Estaciones Meteorológicas Automáticas ya instaladas de la red de sensores del cambio climático, que van desde cabo Melville, en el norte de la isla Rey Jorge, hasta la Base Conjunta Glaciar Unión, a solo 1.000 km del polo sur. Dichas estaciones miden variables como velocidad y dirección del viento, temperatura del suelo y del aire, altura, nivel de albedo, entre otras. Los datos están disponibles en forma gratuita y libre para la comunidad científica.
Vi el histórico 45% de mujeres en el personal que desarrolla actividades logísticas en las expediciones antárticas, cuando su participación hace pocos años no superaba el 16%.
De algún misterioso modo, vi los 59 años del INACH pasar y estar orgulloso de nuestro presente y de los desafíos que tenemos por delante, no solo como institución o como país, sino como humanidad.
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