La reciente polémica en torno al libro "Hipnocracia", atribuido al supuesto filósofo Jianwei Xun -pero que resultó ser una creación en coautoría con inteligencia artificial (IA)- es reveladora de algo más que un simple juego retórico o un experimento intelectual. Constituye, en realidad, un indicio inequívoco de la crisis en la que han entrado ciertas certezas sobre la autoría, el conocimiento y, por extensión, sobre lo propiamente humano.
Conviene recordar que buena parte del debate se ha centrado en cuestionar si una inteligencia artificial podría efectivamente filosofar o si simplemente se limita a reproducir correlaciones estadísticas derivadas de textos anteriores, desprovista de toda vivencia consciente. Quienes niegan radicalmente la posibilidad de que una máquina filosófica exista sostienen que la originalidad auténtica solo puede surgir de una subjetividad consciente, es decir, de aquella instancia desde la que el ser humano experimenta el mundo y le otorga sentido.
Pero quizá aquí resida un equívoco más profundo. ¿No es el cerebro humano, finalmente, un entramado altamente complejo de neuronas interconectadas, cuyas operaciones, aunque no del todo descifradas, son en última instancia procesos físicos, bioquímicos, perfectamente ubicables en el reino natural y por tanto, susceptibles de análisis algorítmico?
La inteligencia artificial, así entendida, no estaría haciendo algo radicalmente distinto de lo que hace nuestra mente, salvo por el hecho crucial de que esta última ha sido modelada por la evolución durante millones de años, enriquecida por el dolor y el placer, por el miedo y la esperanza, y además por siglos acumulados de cultura. ¿Por qué entonces nos apresuramos a declarar imposible la emergencia de pensamiento original en una máquina, como si la originalidad y la inteligencia fuesen atributos exclusivos del sujeto consciente?
Probablemente, el caso de "Hipnocracia" no sea solo un espectáculo para la perplejidad pública, ni una mera anécdota filosófica, sino un síntoma de un desafío mayor: el de repensar qué entendemos por originalidad y conciencia en la época contemporánea, donde la frontera entre inteligencia natural y artificial comienza a desdibujarse.
Este fenómeno impone preguntas éticas y epistemológicas profundas, ciertamente incómodas, sobre cómo evaluamos el valor y la verdad de la producción intelectual, qué relevancia atribuimos a la experiencia subjetiva, y sobre todo, cómo redefiniremos lo que significa pensar en tiempos donde ya no somos los únicos capaces de producir discursos coherentes y aparentemente originales.
El verdadero problema, pues, no es tanto si la inteligencia artificial podrá algún día igualar el pensamiento filosófico humano, sino cómo reaccionaremos cuando lo haga, y cómo reformularemos la definición de humanidad en un mundo en el que lo humano ha dejado de ser exclusivo. Quizá estemos, como sugiere el título mismo de la polémica obra, frente a una especie de hipnosis colectiva en la que no alcanzamos a advertir cómo los límites entre sujeto y objeto, máquina y mente, verdad y simulacro, se vuelven cada día más difusos.
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