Eran los '80, y a través del implacable cedazo que se imponía a la televisión chilena, se colaban frases y aforismos de un científico holista como Carl Sagan en su serie "Cosmos". En su primer episodio sentenciaba: "El cosmos también está dentro de nosotros: estamos hechos de materia estelar, y somos el medio para que el cosmos se conozca a sí mismo!, destacando con una prosa profunda los ancestrales vínculos de nuestra humanidad, la de la especie Homo sapiens, como nos bautizara Linneo en 1758, con el resto del universo.
Nuestro género Homo es un grupo de primates, casi todos extintos, que apareció hace unos 2,5 millones de años. Sin embargo, las evidencias fósiles más fiables apuntan a que el origen de los Homo sapiens con suerte superó los 300 mil años, lo que quiere decir que somos una especie joven e inexperta y, a pesar de que consideremos que hemos transitado una larga odisea homérica, muchos de los fenómenos que vivimos hoy no han sido experimentados por otros humanos antes que nosotros.
Probablemente Sagan apuntaba a la ciencia como el camino para que el "cosmos se conozca a sí mismo"; pero este notable científico y comunicador también se sumergió en las ciencias del clima, mucho antes de que conceptos como calentamiento global coparan las portadas del mundo. En la misma serie "Cosmos" señaló los peligros que implicaba la quema de combustibles fósiles, la consecuente liberación de CO2 y la elevación de la temperatura global por el mencionado efecto invernadero, fenómeno que haría hoy inhabitable al planeta Venus con un promedio de 460°C en su superficie.
Incluso hoy, muchas divulgadoras y divulgadores se han sentido incómodos con algunas de las predicciones de Sagan, tildándolas a veces de alarmistas o catastrofistas, pero ellas distan mucho de serlo. Son, en la mayoría de los casos, afirmaciones muy responsables movidas por una cantidad inconmensurable de evidencia científica, siendo él además un ferviente creyente en la humanidad y el conocimiento como claves de un mundo que seguirá enfrentando los desafíos que el universo nos imponga, o nos autoimpongamos. En el caso del "efecto invernadero", la mayor parte parece autoimpuesta.
Hace algunos días, la noche del 3 de abril de 2022 para ser más precisos -sin trompetas del apocalipsis- la estación de investigación Mauna Loa (Hawai) de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE. UU. (NOAA) daba a conocer que sus instrumentos habían registrado por primera vez 420 partes por millón de dióxido de carbono atmosférico (ppm CO2). Mauna Loa comenzó sus mediciones en mayo de 1974, complementando las mediciones que la Scripps Institution of Oceanography había comenzado en marzo de 1958. El año '58 se midieron 315,7 ppm CO2, y el '74 la concentración de CO2 ya se había elevado a 333,2 ppm. En mayo de 2013 fue la primera vez que Mauna Loa registró 400 ppm CO2 y el 2016 ya entrábamos oficial e irreversiblemente en un mundo "más allá" de las 400 ppm CO2, cuando las estaciones en Antártica también traspasaban el simbólico umbral.
Conectando con la reflexión inicial, la última vez que la Tierra pasó este umbral en el pasado fue durante el Plioceno, hace unos 3 millones de años atrás, en un mundo dominado por mamíferos gigantes, donde los primeros hominidos bípedos (homininos) daban sus pasos y la península Antártica tenía vastas regiones sin hielo. El nivel del mar era entre 15 y 20 metros más alto y las temperaturas del verano ártico eran 14 grados más altas que las actuales. Por lo tanto, todo lo que viva nuestra generación en adelante, será completamente nuevo y sin precedentes para nuestra especie, pues aparecimos mucho tiempo después del Plioceno.
La arrogancia antropocentrista se ve, en la práctica, superada por los hechos. Hemos, como humanidad, superado la capacidad del planeta de recapturar los gases de efecto invernadero que hemos producido desde el comienzo de la revolución industrial, y lo que en un comienzo pudo ser explicado como la incomprensión de los ciclos que gobiernan elementos como el carbono, hoy han dado paso a un estado en que, en pleno conocimiento de las consecuencias de nuestros actos hemos seguido transitando este modelo de sociedad. Así como la referencia de Sagan, la Nobel de Literatura Doris Lessing afirmó en su libro "Instrucciones para un descenso al infierno" (1971) que "nadie sabe qué ha existido y desaparecido irremediablemente, en cuántas ocasiones el hombre ha entendido y olvidado que su mente, carne, vida y movimiento se componen y comportan como la materia de las estrellas, del Sol, de los planetas; que la esencia del Sol es la suya propia".
Sagan sostenía que los científicos no debían separarse de su humanidad y creo que en estos tiempos, en ambos, ciencia y humanidad, descansan las respuestas a esta encrucijada para el futuro.
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