La Antártica y su rol planetario: una mirada actualizada desde la ciencia II

He querido continuar mi columna de hace algunos días dando un contexto. En junio del año en curso culminaron en Berlín, Alemania, las Reuniones Consultivas del Tratado Antártico (RCTA) y del Comité de Protección Ambiental Antártico (CPA), los principales encuentros anuales del mundo antártico internacional. Durante la reunión, el Comité Mundial sobre Ciencia Antártica (cuyo acrónimo es SCAR) entregó públicamente el reporte "El cambio climático antártico y el medioambiente: una sinopsis de los últimos 10 años y recomendaciones para la acción", visión actual del estado de las seis dimensiones del ambiente antártico, basada en la mejor ciencia disponible.

Las seis dimensiones abordadas fueron: Océano, Atmósfera, Criósfera, Nivel del mar, Vida marina y Vida terrestre. Ya me he referido a las primeras cuatro, por lo que en este texto abordaré los aspectos más relevantes del estado de la vida antártica.

Antártica, como entorno frío, aislado y prístino, está sufriendo un cambio significativo debido al calentamiento del clima regional, el agotamiento de la capa de ozono, la introducción de especies exóticas, la llegada de contaminantes desde los otros continentes, la creciente actividad humana como destino turístico, científico y como fuente de recursos pesqueros. Se prevé que durante nuestro siglo el Sexto Continente elevará su temperatura en 3,4°C (± 1°C), perdiendo aproximadamente un tercio del hielo marino. Sin embargo, uno de los cambios más notorios, producto del calentamiento global y regional, se está constatando en la vida antártica.

Para los biólogos, Antártica es considerada un centro de divergencia evolutiva y adaptación al riguroso clima polar. A pesar de que las singulares manifestaciones de la vida antártica llevan adaptándose más de 30 millones de años (tiempo en que comenzó la glaciación de Antártica), hoy se encuentran en jaque por la velocidad a la que ocurren los cambios ambientales, generados en escalas de tiempo muy cortas y que no dan cabida a la selección natural.

Primero, una mirada sucinta al estatus de la vida marina antártica. El océano que rodea al Continente Blanco es un área caracterizada por las bajas temperaturas, el hielo estacional, el aislamiento producido por la Corriente Circumpolar Antártica, la limitación de luz por el hielo marino y la alternancia de largos periodos estivales de luz solar versus la oscuridad invernal, que han generado las condiciones para la ocurrencia de una biodiversidad muy singular, señalando los especialistas que la vida de las profundidades marinas alberga aún una gran cantidad de especies no vistas aun por ojo humano alguno. Muchas de las especies presentes en la región tienen adaptaciones únicas para tolerar y evadir las bajas temperaturas, como, por ejemplo, las proteínas anticongelantes presentes en peces.

Las aves marinas pelágicas, cetáceos y pinnípedos (lobos marinos y focas) son consideradas especies emblemáticas y encuentran un santuario para su desplazamiento, alimentación y reproducción en el Océano Austral. Sus colonias, que cambian de extensión y posición a lo largo del tiempo, son importantes fuentes de nutrientes para los ecosistemas terrestres, por lo que su densidad poblacional determina una insospechada interacción con los ecosistemas terrestres polares. Se establece, entonces, una cadena de causalidad, en donde el calentamiento global afecta el ciclo de vida, abundancia y distribución de los organismos antárticos, al condicionar, por ejemplo, la extensión del hielo marino antártico. La variación interanual y estacional de la extensión del hielo marino tiene una influencia significativa en la dinámica poblacional del krill y por ende de todas las especies que dependen de él, como ballenas, aves y pinnípedos. Existen ecosistemas marinos vulnerables a los impactos de las actividades pesqueras, que de acuerdo con el informe del SCAR, incluyen comunidades de montes submarinos, fuentes hidrotermales de aguas profundas, corales de aguas frías y esponjas.

El calentamiento oceánico es un determinante factor de estrés del cambio climático. Las especies antárticas, en general, requieren de 2 a 15 veces más tiempo que las especies templadas para aclimatarse al calentamiento, tiempo que no tienen. Se espera que muchas especies se desplacen hacia el sur a medida que avanza el calentamiento de los océanos.

Los más recientes estudios señalan que la acidificación del océano muestra un amplio rango de respuesta entre distintas especies marinas antárticas, apuntando algunos a grandes impactos de la acidificación, mientras que otros muestran que hay especies que se desenvuelven bien en ambientes levemente ácidos. Se han proyectado efectos negativos de la acidificación oceánica en curso para varios grupos marinos, como el krill antártico (primeras etapas de la vida), las diatomeas, los pterópodos y el fitoplancton costero. Los estudios a largo plazo han indicado, sin embargo, que algunos grupos y etapas vitales (incluido el krill adulto) pueden soportar bien los descensos de pH.

Están ocurriendo, también, cambios fuertes en la salinidad, las tasas de sedimentación y, sobre todo, en la concentración de oxígeno marino. Existe consenso de que los océanos se están desoxigenando. Desde el fin de la "era de los dinosaurios" (66 Ma atrás), los océanos se habían mantenido relativamente fríos y oxigenados, hasta ahora. La concentración de oxígeno de los océanos ha caído drásticamente desde la década de 1950, en directa relación con el aumento de la temperatura superficial del mar. En el océano superior (100-600 m), los niveles totales de oxígeno disuelto disminuyeron un 2% entre 1970 y 2010. Como porcentaje de la pérdida global de oxígeno, el Océano Antártico tuvo el segundo mayor descenso en el contenido de oxígeno (15,8 ± 4,9% de pérdida global) detrás de las cuencas del Pacífico Norte y Ecuatorial.

Otro factor de riesgo que se ha incrementado enormemente en los últimos años es la incursión de especies marinas no nativas en el Océano Austral, al sur de los 60°, en muchos casos, por vectores como medios de transporte científico, logístico y turístico. Sin embargo, el transporte de especies desde fuera de la región también es un proceso natural y puede tener lugar con más regularidad de lo que se pensaba. Una dimensión, cuyo estudio se ha incrementado en Chile en los últimos años, es la posibilidad de la introducción de enfermedades (de plantas y animales) por parte de los humanos en Antártica y el Océano Austral, en un fenómeno conocido como zoonosis inversa, tema de vigencia actual por la pandemia de Covid-19 y la posibilidad de transmisión de la enfermedad a otros vertebrados. Del mismo modo, especies exóticas terrestres se están viendo favorecidas ya que las actuales barreras climáticas para el establecimiento de especies exóticas se debilitan a medida que progresa el calentamiento, especialmente en la Península Antártica. Se proyecta que el aumento de las zonas libres de hielo, por el retroceso de los glaciares aumente las oportunidades disponibles para el establecimiento de especies alóctonas.

La biota terrestre antártica está casi totalmente restringida a las zonas libres de hielo, que corresponde a menos del 0,5% de la superficie del continente antártico. El gran aislamiento entre estas pequeñas áreas, han llevado a que se diferencien grandemente, condicionados fundamentalmente, por la disponibilidad de agua líquida, la temperatura, la salinidad, la disponibilidad de nutrientes y la exposición a la luz solar. La vida terrestre, incluso en entornos lacustres extensos y en arroyos menos extensos, es escasa en el continente antártico en comparación con otros entornos continentales. No hay especies de vertebrados verdaderamente terrestres, salvo un ave terrestre en la Península Antártica. Las plantas con flores y los insectos se limitan a dos especies cada uno en la región de la Península Antártica. Por el contrario, los invertebrados, musgos, líquenes y otros grupos son comunes, y la diversidad microbiana predomina en la mayoría de las zonas.

Otro modelo en estudio, desarrollado al abrigo de un proyecto de investigación chileno, muestra que Poa annua (pasto común, no nativo de Antártica) puede superar a las plantas autóctonas Deschampsia antárctica (pasto antártico) y Colobanthus quitensis (clavelito antártico) en las condiciones previstas de calentamiento. Se sabe poco sobre la probabilidad de incursiones microbianas y sus impactos en el futuro, aunque se espera una mayor probabilidad de establecimiento e impacto. Las carpetas de musgos muestran ser particularmente sensibles al cambio, y ya se ha reportado numerosos lugares al norte de la Península Antártica que cambian su verdor característico por un marrón menos vital.

El más reciente informe del IPCC subraya la necesidad de actuar pues la evidencia científica acumulada es inequívoca: el cambio climático es una amenaza para el bienestar humano y la salud del planeta. Para limitar el calentamiento global a 1,5°C, y sus consecuencias sobre Antártica y el Océano Austral, se requiere una reducción inmediata y profunda de las emisiones de gases de efecto invernadero. Antártica afectará fuertemente el incremento del nivel medio del mar, y su influencia en la sociedad y la naturaleza en todas las regiones costeras del planeta, así como la ocurrencia de fenómenos climáticos y meteorológicos extremos, las sequías, los incendios forestales, las inundaciones y la acidificación de los océanos. Estos impactos provocan la alteración de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad más allá de la región antártica.

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