Mi madre solo quería ver las noticias. Eso era todo. Pero aquella tarde, mientras intentábamos instalar su nuevo televisor, sentí que habíamos entrado en una especie de laberinto tecnológico diseñado expresamente para probar mi paciencia. Lo que antes era tan simple como apretar power y cambiar de canal, hoy exige un derrotero digital que incluye conectar la WiFi, ingresar contraseñas imposibles de recordar, instalar aplicaciones, crear cuentas, registrar tarjetas de crédito y, por si fuera poco, validar la operación escaneando un código QR con el celular.
He hecho este proceso muchas veces con mi propio televisor, pero aun así siempre hay pasos que se resisten, claves que se olvidan, pantallas que no cargan. Y en cada intento fallido aparece la implacable lógica materna, primero en susurros, luego a viva voz, que "nada va a resultar", que es obvio que "todo es una conspiración", que "seguro son los mismos de siempre, los que inventaron las pandemias y después nos vendieron las vacunas", porque esa, insiste, "es la única explicación posible". Y mientras mi madre despotrica, intento recuperar por tercera vez mi clave, procurando no darle, al menos no explícitamente, la razón.
Esta pequeña odisea doméstica refleja algo más profundo que un simple fastidio. Para mucha gente, la vida cotidiana se ha vuelto innecesariamente compleja, como si alguien -"ellos", los de siempre- hubiera decidido complicarlo todo. Y esa sensación, acumulada a lo largo de cientos de pequeñas frustraciones, termina cristalizando en irritación, resentimiento e incluso inseguridad: si para ver las noticias necesito doce pasos, ¿qué no podría salir mal en cirugía? ¿O durante el despegue de un avión?
Ese anhelo por recuperar la simplicidad perdida encuentra un cauce perfecto en los discursos populistas, que ofrecen soluciones aparentemente limpias y directas a problemas que, en realidad, son complicados. La fórmula es conocida: certezas absolutas, enemigos claros y, sobre todo, la eliminación de cualquier voz que introduzca matices. La complejidad es su enemiga. Y, claro, la ciencia vive precisamente en la complejidad.
Así, no cuesta nada que la opinión experta de científicos, médicos y académicos, pase rápidamente de ser una guía confiable a convertirse en sospechosa. A veces por elitista, a veces por conspirativa, siempre por incómoda. La ciencia se transforma en parte de "los enemigos del pueblo" si el populismo es de izquierda, o de "los enemigos de la gente" si es de derecha. La ciencia y los científicos terminan siendo enemigos del pueblo
Y es difícil no dejarse arrullar por esas soluciones simples, cuando el mismo pediatra que acostó a mi generación boca abajo recomendó a la siguiente dormir de espalda, y ahora a la siguiente dormir de lado. O la misma mantequilla que mi abuela veneraba como alternativa culinaria saludable pasó, de pronto, a ser la culpable de todas las catástrofes cardiovasculares del siglo XX, para luego ser reivindicada tras descubrirse que sus sustitutas "saludables" estaban cargadas de grasas trans mucho peores. Que si la mantequilla era veneno puro, que si era un alimento noble injustamente difamado, que si ahora solo importa su aporte calórico. La ciencia mejora la vida, sí, pero también cambia, corrige y revisa. Para quien busca certezas, eso se vive como un desgarro.
En este escenario, lo peor que puede hacer la comunidad científica y quienes la defienden, es predicar desde la superioridad moral, burlarse de la ignorancia o tratar de "educar" a la fuerza. El populismo no nace de un error lógico, sino de un sentimiento: el miedo a la incertidumbre y la nostalgia por la simplicidad. No se combate con desdén, sino con empatía.
No se me escapa la ironía, de estar predicando una solución sencilla a un problema complejo. No hay una receta única para enfrentar el populismo ni para reconciliar a la sociedad con la ciencia. Pero al menos deberíamos asegurarnos de que nuestra institucionalidad, y quienes la lideran, comprendan que el problema no es solo de datos, sino de emociones. De nada sirve acumular evidencia si no entendemos por qué tantas personas sienten que el mundo se ha vuelto tan difícil como instalar un televisor nuevo solo para ver las noticias.
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