En los años '90 y 2000, muchos músicos encontraban en la grabación de pistas para karaokes o eventos una entrada extra que ayudaba a sostener su vocación. No era un oficio a tiempo completo, pero representaba una oportunidad concreta de transformar habilidades en ingresos. Hoy, esas mismas pistas se generan en segundos y por unos pocos pesos gracias a una aplicación de inteligencia artificial.
Durante siglos la música fue exclusivamente humana: voces, instrumentos y relatos transmitidos de persona a persona. La tecnología entró tarde en esa historia milenaria, primero para grabar, luego para reproducir y finalmente para distribuir. Con la inteligencia artificial el cambio es más radical: hablamos de sistemas que no sólo transmiten, sino que crean.
Hoy abundan en YouTube experimentos que lo demuestran. Productores contratan a ingenieros de sonido para que hagan el mixing o el mastering de una canción, y luego comparan el resultado con lo obtenido por un sistema automático basado en IA. Para un oído no entrenado, la diferencia suele ser casi imperceptible. Parte del espacio profesional de los músicos se está desplazando hacia algoritmos.
Un ejemplo claro es lo que ocurre con el karaoke. Las aplicaciones modernas pueden separar la voz del resto de los instrumentos usando redes neuronales entrenadas con miles de ejemplos. Al exponerse a esa enorme cantidad de datos, el modelo aprende a identificar las huellas sonoras que caracterizan a distintos elementos: el timbre de la voz humana, el golpe de la batería, el brillo de una guitarra o un sintetizador. Así, si tomamos una canción de cualquier grupo, el sistema puede aislar la voz del vocalista y dejar una pista instrumental lista para cantar encima.
Como investigador en inteligencia artificial, me interesa subrayar que este no es un proceso mágico ni infalible. Si una canción fue grabada con baja calidad, con ruidos de fondo o con instrumentos poco convencionales, la red neuronal tendrá dificultades para separar las pistas. Además, la calidad del resultado rara vez alcanza la nitidez de un estudio profesional. En muchos casos se requiere aplicar otra capa de IA que "reconstruya" el audio para hacerlo más pulido. Esto muestra cuánto ha avanzado la tecnología, pero también cuánto espacio queda para seguir investigando y mejorando estos sistemas.
La IA, sin embargo, no solo amenaza espacios laborales, también democratiza la producción musical. Una persona con buenas ideas creativas, pero sin recursos, puede hoy producir una maqueta de calidad desde su computador. Antes era necesario ingresar a un estudio caro, depender de una discográfica o de contactos privilegiados. Había barreras que enterraban mucho talento en el anonimato. Ahora esas barreras se reducen. Y al mismo tiempo los músicos -consolidados o no- pueden aprovechar estas herramientas para potenciar su propuesta sonora.
Podría pensarse que incluso la música nunca fue totalmente humana. Los cantos de los pájaros o el rumor del viento ya son experiencias sonoras. La diferencia es que hoy hemos creado máquinas que generan melodías nuevas, gratas al oído de millones. ¿Desaparecerá entonces la música hecha por personas? Difícil creerlo. Estos sistemas suelen recombinar patrones ya existentes: funcionan muy bien para producir melodías conocidas, pero carecen de la chispa que ilumina lo inesperado. Cuando se trata de sorprender con un concepto musical inédito, el ser humano sigue brillando.
En ese borde, donde se buscan emociones y originalidad, el músico conserva un espacio propio. Personalmente, valoro mucho asistir a un bar y escuchar a una banda en vivo, sentir cómo la interpretación transmite energía y emoción. Tal vez algún día alguien organice conciertos de algoritmos frente a un público expectante. No lo sé. Pero por ahora sigo prefiriendo la experiencia irreemplazable de ver a otro humano entregarse a la música.
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