¿Qué ciencia, para qué modelo, para qué país?

Según el “Informe sobre la Ciencia 2010” de la Unesco, el número de científicos en América Latina y el Caribe se duplicó entre 2000 y 2007, concentrándose el 91% de los 252.000 investigadores de la región en Argentina, Brasil, Chile y México.


Ese mismo informe indicaba que el gasto interno bruto en Investigación y Desarrollo llegaba a 0,67%, muy lejos del 2,28% promedio de los países de la OCDE, estimando además que el número de investigadores de la región representaba el 3,5% del total mundial, habiéndose incrementado un 0,6% desde 2002. De ese 3,5, la mitad estaba en Brasil, país que además concentraba el 60% del gasto regional en I+D.


Un ranking de la revista Scientific  American de 2012, en producción científica de calidad los 10 mejores países del mundo son: EEUU, Alemania, China, Japón, Reino Unido, Francia, Canadá, Corea del Sur, Italia y España. Los criterios considerados en este ranking fueron el número de estudios científicos publicados en las mejores revistas del mundo, la cantidad de patentes registradas, el gasto total en I+D+i (investigación, desarrollo e innovación) y la cantidad de doctores que generan en un año.


Para el caso chileno, Conicyt informaba el 2013 que el número de artículos científicos, en que al menos un autor tiene como filiación de país Chile, crecieron de 1.691 en 1996 a 6.490 en 2010.Otros indicadores dados a conocer ese año señalaban que la participación chilena en la investigación mundial pasó del 0,15% en 1996 a un 0,31% en 2011.


Asimismo, el crecimiento promedio de la producción científica en Chile en el período 2006-2011 fue de 11,06% anual, superando en 0,3 puntos la tasa de América Latina y en 3,83 puntos la mundial. También se destacó que Chile muestra la mejor relación de documentos por población.De 134 documentos por millón de habitantes en 2001 se alcanzó a 388 en 2010.


En junio de 2015 la revista Nature destacó que Chile tuviera la tasa de patentes científicas más alta de Sudamérica, que según cifras del Banco Mundial alcanzan a 13,52 patentes por cada millón de habitantes. Cifras del Instituto Nacional de Propiedad Industrial durante 2013 ratifican este dato: ese año se recibieron 3.076 solicitudes de patentes, 2% más que el año anterior. De ellas, el 35,4% fue del área mecánica, el 25,6% del área química, el 20,9% de farmacia, el 9,9% eléctrica y el 8,2% de biotecnología.


Sin embargo, pese a todas estas cifras que pudieran parecer extremadamente positivas -y sin duda lo son- los investigadores científicos levantaron su voz en noviembre del año pasado, tras la renuncia del entonces director del Conicyt, el destacado físico Francisco Brieva.


Luego, la discusión sobre los montos comprometidos para investigación científica en el presupuesto 2016 nuevamente gatillaron la molestia de los científicos. Ya desde antes organizaciones como “Más ciencia para Chile” venían promoviendo la creación del ministerio de Ciencia y Tecnología, propuesta respaldada por un proyecto de acuerdo suscrito por 29 senadores en diciembre pasado.


Por cierto, los planteamientos de los científicos e investigadores no se reducen a la necesidad de tener una nueva institucionalidad. Sus demandas pasan por la baja de recursos para becas y fondos concursables, el cierre de centros de excelencia, la imposibilidad de postular a concursos que pesa sobre muchos científicos por haberse retrasado en las fechas de titulación, la demora y falta de participación vinculante en el consejo directo de Conicyt, la falta de contratos y largos períodos de trabajo a honorarios (con su impacto previsional y de acceso al crédito), la imposibilidad de tener pre y pos natal, y el no contar con seguros de accidentes, entre muchas otras.


Pero al igual que en muchas otras materias el problema no es solo de mayor disponibilidad de recursos. El problema de fondo es, muchas veces, la ausencia de una política nacional clara, pero también tiene que ver con el modelo político y económico dominante en el país.


Pese a ser un país con enormes riquezas y fortalezas en materia pesquera, forestal, minera y astronómica, solo por citar algunas, no tenemos grandes centros o proyectos de investigación científica asociados a ellas. En materia tecnológica ocurre algo similar: seguimos siendo colonizados por tecnologías y softwares extranjeros, pagando millonarias patentes, cuando muchas de ellas podríamos hacerlas nosotros mismos.


Para ser bien claros, lo que estamos diciendo es que tenemos un modelo económico con mucho extractivismo, pero poca investigación e innovación científica. Es decir, es un modelo que prescinde de la ciencia, que en gran medida siente que no la necesita. Pero para un país que debe, sí o sí, avanzar en darle un mayor valor agregado a sus exportaciones, como lo han hecho muchos de los países con los que nos gusta compararnos, debemos,  como dijo en su visita a Chile a fines del año pasado el secretario ejecutivo del OCDE, Miguel Angel Gurría, “pasar del cobre a la neurona”.


Desde la Comisión Desafíos del Futuro estamos permanentemente tratando de aportar a este debate que es ineludible. Porque entendemos que sin Ciencia, Tecnología, Investigación e Innovación no hay mejores y más justos mañanas para Chile.


Por eso valoramos el anuncio de la Presidenta Bachelet de crear el ministerio de Ciencia y Tecnología. Pero para avanzar más y más rápido, primero necesitamos responder qué ciencia necesitamos, para qué modelo de desarrollo y para qué país.

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