La diferenciación es el primer paso para posicionarse en el mercado y, hoy más que nunca, los consumidores buscan productos que no solo sean de calidad, sino que cuenten con un relato, con un origen que los haga únicos. En ese contexto, la demanda por productos locales ha crecido, impulsando el rescate, la conservación y el uso del patrimonio genético presente en nuestros territorios. Es aquí donde el lugar de origen cobra relevancia, sugiriendo que un producto puede tener características especiales vinculadas a su entorno, lo que genera mercados específicos para aquellos que logran destacar por su autenticidad.
Uno de los ejemplos más claros de esta tendencia es la rosa mosqueta, un fruto silvestre que se ha ganado un reconocimiento internacional por sus increíbles propiedades nutricionales y medicinales. Con beneficios demostrados para tratar enfermedades como el hígado graso no alcohólico, osteoartritis, artritis reumatoide, obesidad, cáncer, cálculos renales, problemas dérmicos, entre otras, la rosa mosqueta ha trascendido fronteras como un superalimento. Estudiosos han comprobado que las formas silvestres de esta planta presentan una mayor actividad antioxidante que los cultivares comerciales de muchas otras especies frutales.
En la zona sur y austral de Chile, la rosa mosqueta silvestre es mucho más que un simple fruto. Aporta beneficios directos a la salud humana, pero también desempeña un rol crucial en la preservación de la biodiversidad y el fortalecimiento de las economías locales. En las zonas rurales, donde las mujeres son las principales encargadas de recolectar, diversificar y comercializar estos frutos, el trabajo con la rosa mosqueta no solo mejora los ingresos familiares, sino que también contribuye al empoderamiento y al desarrollo sostenible de las comunidades.
La rosa mosqueta silvestre que crece en el sur de Chile destaca por sus altos contenidos de nutrientes esenciales como potasio, calcio, manganeso, aluminio y hierro. Además, se caracteriza por su contenido de azúcares como fructosa y glucosa, siendo la fructosa un azúcar de bajo índice glicémico que es absorbido de manera más lenta por el cuerpo. También es una rica fuente de ácidos grasos polinsaturados, entre los cuales destacan los ácidos grasos Linoleico y alfa Linolénico. La semilla de la rosa mosqueta está compuesta en 80 % por estos ácidos grasos, con un contenido predominante de Linoleico, que representa cerca del 50 % del total de ácidos grasos.
Además de estos nutrientes, la rosa mosqueta es una poderosa fuente de antioxidantes. Cada 100 gramos de fruto aporta 4.721 umol de capacidad antioxidante; 2.040 mg de polifenoles totales; 26 mg de flavonoides y 424 mg de vitamina C. Todos estos compuestos tienen funciones vitales para el ser humano, protegiendo el cuerpo de los efectos del envejecimiento y las enfermedades degenerativas.
Lo interesante de este panorama es que, además de sus bondades para la salud, la rosa mosqueta se presenta como una gran oportunidad para los mercados globales, si sabemos aprovecharla correctamente. Desde las cooperativas, se puede jugar un papel clave en la valorización de este fruto, posicionándolo como un producto local con potencial global, pero siempre asegurando que su comercialización sea ética, sostenible y justa para quienes lo recojan y procesen.
El desafío ahora es promover el conocimiento sobre los beneficios de la rosa mosqueta silvestre en el mercado nacional. Y, al mismo tiempo, seguir apoyando a las comunidades rurales que, con su esfuerzo, dedicación y sabiduría ancestral, nos regalan este valioso fruto. La diferenciación a través de lo local, lo genuino y lo sustentable, es la llave para abrir nuevos mercados, donde lo autóctono y saludable no solo tiene cabida, sino que se convierte en una verdadera ventaja competitiva.
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