“Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo” es una de las frases más reconocidas del reputado físico alemán Albert Einstein. Sin duda esta reflexión no ha perdido vigencia través del tiempo, sino por el contrario, con cada generación cobra más valor.
La economía mundial, con sus alzas y bajas en indicadores de competencia y productividad, es un buen ejemplo de cómo sectores que empujan el carro del crecimiento - como el retail y la banca - han tenido que cambiar su forma tradicional de hacer las cosas para adaptarse y seguir sobreviviendo en la llamada “Cuarta Revolución Industrial”.
Ejemplos notables encontramos hoy en empresas de alcance global. Uber demostró que se puede innovar en la industria del transporte y Amazon está cambiando los hábitos de compra de millones de personas en todo el mundo.
En la era de los millennials y de los nativos digitales, es hora de que los tomadores de decisiones internalicen que la transformación tecnológica es un camino sin retorno, cuyo impacto alcanza al empleo, la productividad y el PIB.
Un trabajo de McKinsey Global Institute reveló que en los países desarrollados esta “Cuarta Revolución Industrial” y la automatización del trabajo podría incrementar la productividad global del 0,8% al 1,4% anual al año 2065.
Otro estudio de Accenture, que analizó cinco economías sudamericanas y varios otros países desarrollados y emergentes, proyectó que la Inteligencia Artificial tiene el potencial de agregar hasta un punto porcentual a los índices de crecimiento económico anual de la región para el año 2035.
Chile es considerado el país sudamericano que está mejor preparado para aprovechar los beneficios de la Inteligencia Artificial debido a que cuenta con buen acceso al capital, instituciones sólidas y una positiva cultura emprendedora.
Asimismo, el Índice País Digital 2017, que mide los principales componentes del desarrollo digital de Chile, asegura que el tamaño del sector de la economía de la información, que representa el valor añadido de las tecnologías de información y comunicación, alcanza 3,5% sobre el total del PIB nacional.
Esta misma cifra, sin embargo, nos enciende las señales de alerta, al situarnos en los últimos lugares de los países de integran la OCDE, cuyo promedio es de 5,6%. La brecha incluso se triplica si nos comparamos con los que encabezan el listado: Corea del Sur (10,7%), Japón (7%), Irlanda (7%) y Suecia (6,8%).
Para elevar su productividad y retomar la senda del crecimiento, Chile debe diversificar su matriz productiva y fomentar nuevas industrias. ¿Cómo? No haciendo lo mismo, tal y como decía Einstein. La oportunidad está a la mano, poniendo a la transformación digital en el centro de la agenda pública, pero también privada.
Tenemos que dejar de ver la economía digital como un camino paralelo o alternativo, y atrevernos a dar cuenta de su potencial como motor para impulsar ese giro productivo que Chile tanto necesita. Actualmente, los desarrolladores tecnológicos disponen de una oferta de soluciones tan amplia, que pueden aplicarse a un sinnúmero de procesos y servicios.
En efecto, la forma en que los chilenos se relacionan con trámites tan comunes como firmar contratos de trabajo o de prestación de servicios puede cambiar radicalmente con un solo click, simplificando el tiempo y recursos invertidos, y resguardando la seguridad de la transacción.
Chile está maduro para avanzar en este camino, impulsando con fuerza la transformación digital en un sentido amplio. Si somos capaces de lograrlo, nuestro país podrá acelerar su productividad y retomar la senda del crecimiento.
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