Un Año Nuevo más cerca del Sol

Se termina 2024, comienza 2025. El incesante movimiento de nuestro planeta en torno al Sol nos ha llevado nuevamente hasta este punto, que hemos designado más o menos arbitrariamente para cambiar de año. Fue hace poco, recién en los siglos XVI y XVII, que comprendimos que nuestro Sol no es la divinidad que los antiguos veneraban con distintos nombres, como Ra, Apolo, Helios o Antu, sino una estrella más, y que nuestro planeta es el que se mueve en torno al Sol y no al revés, haciéndolo en órbitas aproximada, no exactamente, circulares. En realidad son elipses, y eso significa que no siempre estamos a la misma distancia del Sol.

De hecho, el fin de año coincide, más o menos, con el momento de mayor cercanía al Sol, el perihelio. Esta vez, el perihelio ocurre el 4 de enero de 2025. No es una gran diferencia de distancia en todo caso, apenas 3% de la distancia promedio. Nada como para temer la tragedia de Ícaro, quien embriagado con las alas que le había construido su padre, Dédalo, para huir del laberinto del Minotauro, subió y subió hasta que se derritió la cera que las mantenía unidas, cayendo al mar.

Es que acercarse al Sol es una osadía máxima, una imprudencia que Ícaro pagó caro. Y no sólo él. Diversas historias ancestrales nos advierten de los riesgos de desafiar la ira divina, como Prometeo encadenado por robar el fuego divino para entregárselo a los hombres; o Adán y Eva, expulsados del Paraíso por probar la fruta prohibida del Árbol del Conocimiento.

Y, sin embargo, seguimos intentándolo. Seguimos buscando acercarnos a esa fuente de energía que es el centro de nuestro Sistema Solar, para desentrañar sus misterios y entregárselos a la humanidad para que disponga de ellos. Esta vez no con alas pegadas con cera, sino con una de las naves tecnológicamente más avanzadas que hemos desarrollado, la Sonda Solar Parker (Parker Solar Probe), y que hace muy pocos días, el 24 de diciembre de 2024, consiguió una marca extraordinaria: Ser el objeto que más cerca ha estado del Sol, apenas a 6 millones de kilómetros de su superficie, rozando los límites de la corona solar, su brillante atmósfera que normalmente no vemos, salvo cuando la Luna oculta completamente el disco solar durante un eclipse total.

Detrás de este hito simbólico, hay décadas de desarrollo científico y tecnológico que han permitido diseñar una nave capaz de dirigirse hacia el Sol, aproximarse peligrosamente a él y sobrevivir, escapando del trágico destino de Ícaro y Dédalo. Cuando la nave está en su punto más cercano al Sol debe resistir radiación casi 500 veces más intensa que la que experimentamos en la Tierra, y para ello cuenta con un escudo de carbono que sólo pesa 73 kilogramos, que resiste temperaturas de hasta 1.370 grados Celsius, manteniendo la delicada instrumentación de la nave a unos cómodos 29 grados Celsius. Casi como estar en casa.

Instrumentos para investigar uno de los ambientes más extremos donde hayamos podido explorar. Y es que son muchas las preguntas que aún quedan por responder. Por ejemplo, por qué la corona solar tiene una temperatura mucho mayor que la superficie del Sol. En principio, uno esperaría que, a medida que uno se aleja de una fuente de energía, la temperatura disminuya. Pero no es lo que sucede. En absoluto. Estamos hablando de pasar de unos 6.000 grados Celsius en la superficie del Sol, a millones de grados Celsius en la corona. Una diferencia gigante... y no sabemos por qué. Tampoco sabemos muy bien cómo se transfiere la energía desde el Sol al flujo de partículas y campos electromagnéticos que baña a nuestro planeta y todo el Sistema Solar, que llamamos viento solar.

Uno de los científicos más destacados que ha buscado respuestas a ese enigma fue Eugene Parker, en cuyo honor fue bautizada la sonda que se acercó al Sol en Navidad. Parker fue, de hecho, quien acuñó el concepto de viento solar en los años '50, y aunque algunos trabajos previos propusieron que debía haber un flujo de radiación y partículas desde el Sol, Parker fue quien elaboró el primer modelo teórico, publicando (venciendo resistencias) su artículo clave en 1958, siendo su hipótesis del viento solar confirmada poco después, gracias a las sondas soviéticas y estadounidenses que comenzaban a explorar nuestro entorno espacial.

Eugene Parker vivió para ver, en 2018, el lanzamiento de la nave que honraba sus contribuciones a nuestro conocimiento del Universo. Falleció, lamentablemente, en 2022, a los 94 años. Pero la Sonda Solar Parker continúa orbitando nuestra estrella, y continuará investigando sus inmediaciones, si todo funciona bien, mientras tenga combustible y sus instrumentos funcionen, durante este año que comienza, durante el cual cuatro encuentros cercanos más con el Sol se esperan. E incluso después de eso, cuando no pueda enviarnos más datos, podría seguir orbitando en torno al Sol por millones de años, como mudo testimonio de la osadía de una Humanidad que, siguiendo el ejemplo de Ícaro, no puede resistirse a explorar los límites de un Universo muchas veces hostil, pero siempre fascinante.

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