El Cristo de El Club
Pocas veces he visto un film tan estremecedor.El Club es el caso perfecto en el que lo demoníaco se esconde en personas y funciones que pretenden acercarnos a Dios. El film hace patente que el sacerdocio es un arma de doble filo. Así como puede liberar del infierno de la culpa, se presta también para alojar perversiones extremas.
En esta oportunidad, los sacerdotes en cuestión han abusado sexualmente de personas inermes, aprovechándose de su investidura religiosa. Los psicólogos y los cinéfilos tendrán mucho que decir sobre la película, mi visión es teológica.
Mi opinión es que se trata de una película de una densidad teológica mayor. El personaje central, contra todo pronóstico, es Cristo. Contra todo pronóstico, porque el espectador no percibirá hasta el final que Sandocán o Sandogán, quien se desempeñó como acólito del padre Matías Lazcano, es el Cordero de Dios que salvará al grupo de sacerdotes pedófilos porque él a lo largo de su penosa vida ha cargado con sus pecados.
La figura del cordero o chivo expiatorio ha sido siempre otra arma de doble filo: es peligroso sacralizar a las víctimas, pues suele acabar mistificándose su sacrificio. En este caso no. A Sandocán los otros sacerdotes y Mónica, la ex monja y actual carcelera, tratarán de matarlo por tres vías diversas porque es una víctima que habla, que grita a voz en cuello que el cura y los curitas cometían con él las peores aberraciones sexuales.
Intentan que el mismo Matías Lazcano lo mate con el revólver que ellos le facilitan; luego, otro sacerdote lo intentará solicitándoselo a unos jóvenes que eventualmente podrían querer eliminar a un roto miserable; y, por último, los otros tres arman un complot para que el pueblo descontrolado lo mate a golpes.Hay víctimas que pueden rechazar el abuso que se les ha impuesto. Lo denuncian. Sandocán nos recuerdan al Jesús que, tras la bofetada del soldado romano, le dice, ¿por qué me pegas?. No calla, pide una explicación.
El padre García que ha venido a La Boca, a la casa de reclusión eclesiástica donde han sido encerrados los cuatro sacerdotes pedófilos con el mandato de liquidarla y entregar a quien corresponda a la justicia, representa a la iglesia nueva que toma cartas en el asunto. Pero él no es intachable, se mueve en la ambigüedad de lo que ve justo y la amenaza de la ex monja de contar la existencia de la casa en televisión.
Hace su trabajo, pero en un momento clave del film no interviene para salvar a Sandocán de la paliza de los que lo linchan. Está allí parado contemplando como abusan de un inocente. Y, sin embargo, tomará sobre sus hombros al pobre hombre -enfermo mental y resto de ser humano-, y terminará curando sus heridas y besando sus pies, pues descubre lo principal, Sandocánes Cristo. Todo esto delante de esos otros cuatro desgraciados y lasanturrona que, hacia el final de la película, serán liberados del miedo a su acusador.
El cura García ve en Sandocán al inocente Jesús y, en vez de hacer su trabajo como se le ha pedido, en vez de cerrar la casa, deja en ella a la víctima con sus victimarios no para avivar el infierno en el que viven, sino para redimirlos. Lo único que puede salvarlos es verse cara a cara. La verdad los salvará.Lo sorprendente del film de Larraín es que ofrece redención justo allí donde lo único que parece haber es condenación. Los personajes sin saber exactamente lo que hacen, terminan cantando cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Pero hay algo más que atraviesa toda la película y que solo al final se evidencia por completo.Hay aquí una crítica a un tipo de religiosidad y una manera de entender el sacerdocio que facilitan los abusos.
Cuando la salvación pasa por el Cristo que se halla en los miserables y las víctimas de los peores abusos, entonces se hace patente la duplicidad, la escisión y el fariseísmo que el cristianismo heredó como patología de un judaísmo mal entendido. No hay nada peor que la patología psicológica y la patología religiosa remando juntas en la misma dirección.
El perverso religioso es una persona doble: pretende ser sacro y tenido por santito, pero a la vez es capaz de profanar al ser humano en lo más hondo de su dignidad. El sacerdote psicológicamente perverso se tiene por sagrado y establece relaciones con los demás como si los otros fueran profanos y debieran venerarlo, servirlo o agradarlo sexualmente.
El cine es arte. El arte trasciende la intención del autor, toca al espectador y suscita en él una interpretación original, pero nunca arbitraria. Esta película ha recibido un premio importante.
Desde mi óptica me atrevo a decir que tiene un contenido humano profundo e inatacable desde un punto de vista cristológico. No es para menores de edad. Es un film demasiado perturbador,
pero sería bueno que lo vieran los católicos que quieran alcanzar la adultez religiosa.
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