Cuando todos aplaudían a Historia de un Oso, el primer filme chileno en ganar un Óscar, ese mismo día de febrero en la ciudad de Los Ángeles se galardonaba también a Spotlight (En Primera Plana), película estadounidense que ganó dos estatuillas: una por Mejor Película y otra por Mejor Guión Original.
El filme da cuenta cómo un equipo de periodistas del periódico Boston Globe, en una pequeña sala de redacción, devela el abuso permanente y encubierto que al menos 70 sacerdotes de la institución cometían hacia menores de edad en la ciudad, algunos de ellos de apenas cuatro años.
La historia basada en hechos reales y que le otorgó el premio Pulitzer a su equipo periodístico el año 2003, podría haber sido el típico filme que muestra casos de abuso por parte de curas a niños, el silencio y miedo de las víctimas y un sistema injusto que jamás encerrará a un “servidor de Dios”, por muy depravado que sea.
O bien podría haber sido la típica recopilación de testimonios de los abusados que se atreven a hablar después de años de silencio, dando detalles de lo que les pasó y reviviendo con morbosidad las imágenes de los hechos.
Nada de eso es la esencia de la película, su historia si bien tiene algo de esos condimentos, apuesta a algo distinto y de mayor trasfondo. Primero por su poca pretensión y falta de "decoraciones", es un filme directo que muestra el quehacer periodístico en su esencia y nobleza, con una inmensa responsabilidad social y rol de justicia cuando ésta calla.
Se reabren los casos, se ubica a las fuentes, se investiga a fondo. “El 50% del clérigo no es célibe”, “Ataquemos al sistema, no hablemos de casos aislados”, “La Iglesia permitió a los sacerdotes cometer abusos por años”, “El abuso aquí no es sólo físico también es espiritual”, "Yo solo jugaba no violé a nadie", son frases que se expresan en el filme y que hablan de un engranaje grande. Algo solo parecido a CIPER en nuestro país.
También llama la atención el nivel de involucramiento del equipo de editores y periodistas, cuando al transcurrir la historia y dar con más y más información, el deseo de desenmascarar al sistema y su perversidad, se hace más fuerte. La historia les comienza a hablar a ellos y eso se refleja sutil y certeramente con la cámara: se les aparecen niños andando en bicicleta en el barrio, villancicos suenan de fondo, el editor (Michael Keaton) recuerda que estuvo cerca de uno de los sacerdotes abusadores
¿Y si me hubiera pasado a mí? o ¿a un hijo? Ahí el reporteo comienza a ser necesario y reparador, no solo para el sistema, si no para ellos mismos.
Otra arista interesante es el testimonio de las víctimas, quienes valientemente aportan al reportaje inicial, y que se multiplican una vez que se publica el reportaje como si sintieran una mayor confianza en “vomitar” su verdad, llegando a descubrirse unos 1000 casos.
Son esas mismas víctimas de abuso, que tenían 4, 8, 11 ó 12 años con características comunes entre ellos, marginados, pobres, con padres ausentes, que en el fondo tienen una necesidad inmensa de ser vistos y que curas con ganas de “jugar” les arrebatan su inocencia, quienes se sobreponen y deciden hablar, porque finalmente se sienten más protegidos y confiados, porque alguien al otro lado de la línea (un periodista) los escucha.
Esa también es una forma de Resucitar.
Para que nunca más… Feliz Pascua.
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